Un diario íntimo se convierte en el catalizador de una profunda crisis existencial, mientras los pilares de la vida de Marta se tambalean.
El universo de “Sueños de Libertad” nos sumerge una vez más en las turbulentas aguas de la vida de Marta, una mujer cuyo mundo se ha desmoronado tras la devastadora pérdida de su amada Fina. La reciente revelación de un diario personal, rescatado por el astuto Santiago, no solo ha reabierto las heridas más profundas de Marta, sino que también ha puesto al descubierto la frágil cuerda de seda en la que pende su futuro. En medio de este torbellino emocional, emerge la figura de Pelayo, un aliado inesperado, que intenta con desesperación sacar a Marta del abismo de la desolación.
El diario, que se presenta como un confesonario abierto en la oscuridad, es un testimonio desgarrador de la soledad y el dolor que asola a Marta. Cada página escrita es un grito ahogado, una súplica silenciada que revela la insoportable carga de sus pensamientos y la sensación abrumadora de vacío desde la partida de Fina. “Como si una parte de mí misma hubiera desaparecido y tuviera que vagar por esta vida a medias”, confiesa Marta en las entrañas de su diario, dejando entrever la magnitud de su dependencia emocional y la ausencia insustituible de su compañera. El temor se cierne sobre ella, un monstruo que se alimenta de su soledad y la paraliza, dejándola sin fuerzas para encarar el mañana. “¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Y cómo voy a vivir sin ti?”, clama, una pregunta retórica que resuena con la deseperación de quien se encuentra perdida en un desierto sin rumbo.
La dramática escena en la que Santiago descubre el diario de Marta es un punto de inflexión. Su reacción inmediata es de alarma y consternación. “¿Marta, cómo se te ocurre seguir escribiendo? ¿No te das cuenta del riesgo que supone? Si alguien lo encuentra, podría arruinarnos la vida”. Las palabras de Santiago, aunque cargadas de preocupación, chocan con la profunda necesidad de Marta de aferrarse a los vestigios de su relación. El diario no es solo un objeto, es un salvavidas, la única conexión tangible que le queda de Fina, un ancla en la tempestad que la sacude. “Para mí ahora mismo lo es todo”, responde con una vulnerabilidad que desarma, exponiendo la fragilidad de su estado emocional.
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Pelayo, aunque inicialmente se presenta como un hombre poco dado a las efusiones sentimentales, se ve conmovido por la angustia de Marta. Su intervención marca un giro crucial en la dinámica de la narrativa. Entiende la importancia del diario para Marta, pero también reconoce el peligro inminente que representa. “Te pido una cosa, escóndelo bajo llave donde nadie pueda encontrarlo”, implora, consciente de que su existencia es una “espada de Damocles pendiendo sobre nuestras cabezas”. Esta metáfora evoca la precariedad de su situación y la amenaza constante de que su secreto sea descubierto, desatando consecuencias catastróficas. Pelayo, con una sabiduría forjada en la adversidad, recuerda a Marta una verdad ineludible: “La gente como nosotros siempre tendrá esa espada sobre sus cabezas. Ya te lo dije una vez. Nosotros nunca estaremos a salvo del todo. Asúmelo.”
La conversación entre Pelayo y Marta se adentra en terrenos aún más delicados cuando él la confronta sobre su renuncia a recuperar su puesto en la dirección. La ambiciosa y decidida Marta que conocíamos parece haber desaparecido, reemplazada por una sombra de sí misma. Pelayo, incapaz de aceptar esta metamorfosis, la insta a no sucumbir al dolor. “¿Por qué has renunciado a recuperar tu puesto en la dirección?”, pregunta, desafiante. Marta, con una sinceridad desoladora, admite: “Ahora mismo no estoy capacitada para ese puesto. Antes no me sentía muerta en vida como ahora.”
La figura de Pelayo se erige entonces como un faro en la oscuridad, un recordatorio de la fuerza que Marta siempre ha poseído. Sus palabras resuenan con una urgencia palpable, intentando reavivar la llama de la mujer que fue. “Por Dios, Marta, la marcha de Fina no puede convertirte en otra mujer. Has sido una persona muy fuerte y volverás a serlo.” Pero Marta se debate en un laberinto de dolor, incapaz de vislumbrar la salida. “Quizás, pero ahora no lo soy,” responde, una afirmación que pone de manifiesto la profundidad de su herida.

La entrevista se prolonga, y Pelayo se muestra cada vez más frustrado ante la aparente resignación de Marta. Le recuerda la energía y la concentración que demanda su puesto de dirección, enfatizando que su ausencia en ese rol podría ser perjudicial para todos. “No estaría a la altura y eso nos perjudicaría a todos al final.” La oportunidad de recuperar su posición es única, y Pelayo no puede entender por qué Marta parece ignorarla. “¿Qué pasa? ¿Que vas a rendirte? No vas a luchar por volver a ser la que eras. Esa mujer que consigue todo lo que se propone, ambiciosa, trabajadora, admirada y respetada por todos.”
La pregunta sobre si echa de menos el poder es respondida con un rotundo “El poder es lo que menos me importa ahora mismo.” Esta declaración, aunque sincera, entristece a Pelayo, quien teme ver cómo Marta se desmorona. “Pues yo no quiero ver cómo te conformas con ser la sombra de lo que fuiste.” La tensión aumenta, y Marta intenta poner fin a la conversación, sintiendo que no puede soportar más la presión.
Sin embargo, Pelayo insiste, creyendo firmemente que Marta necesita escuchar la verdad, por dura que sea. “Precisamente ahora es cuando necesitas que alguien te diga la verdad, te muestre las cosas tal y como son. Marta, tienes que asumir la realidad. No puedes esconderte de ella.” Pero Marta siente que ya ha intentado esa vía. “Es lo que hago. Lo fácil hubiese sido esconderme tras mi sillón de dirección y seguir adelante como si no pasase nada.”

El monólogo final de Marta es un eco de su profunda desolación. “Pero la realidad es que estoy rota por dentro y a cada paso que doy me rompo un poco más.” El reconocimiento de que algunos pedazos de sí misma se han perdido para siempre es una aceptación dolorosa de su nueva realidad. “Y Pelayo, sé que hay pedazos de mí que recompondré, pero hay otros muchos que he perdido para siempre, así que no, yo ya no voy a poder ser la mujer que era antes. Eso es imposible.”
La interacción entre Pelayo y Marta en “Sueños de Libertad” no es solo un diálogo, es un reflejo de la lucha universal contra el dolor y la pérdida. Pelayo, con su pragmatismo y su genuina preocupación, intenta guiar a Marta de vuelta a la luz, mientras que Marta se debate en la oscuridad de su duelo, aferrándose a los últimos vestigios de su pasado. La pregunta que queda flotando en el aire es si Marta encontrará la fuerza para renacer de sus cenizas, o si el peso de su dolor la consumirá para siempre. El futuro de Marta, y por extensión el de aquellos que la rodean, pende de un hilo, teñido por la melancolía de sus sueños rotos y la incierta promesa de una nueva vida.