Sueños de Libertad Capítulo 447: La Humillación de Gabriel, la Esperanza de Begoña y un Giro Inesperado para María

Madrid, España – El aire en la mansión Reina se enrareció hasta volverse casi irrespirable en el capítulo 447 de “Sueños de Libertad”. Lo que prometía ser una jornada de avances y reconciliaciones se vio empañada por una tensa confrontación, donde las lealtades se pusieron a prueba y los sueños se tambalearon. El episodio, cargado de drama y revelaciones, nos dejó con la clara sensación de que las piezas del complejo tablero de la familia Reina continúan moviéndose a un ritmo vertiginoso.

La escena inicial nos transporta al salón principal, un espacio que tradicionalmente ha sido el epicentro de las reuniones familiares, pero que hoy se siente como una cámara de tortura. María, con la mirada cargada de una inquietud palpable, se encuentra flanqueada por Begoña y Gabriel. Es Gabriel, visiblemente perturbado, quien rompe el gélido silencio. Su rostro, marcado por la nerviosidad, delata la urgencia de sus interrogantes. Dirigiéndose a María, la interroga sobre el paradero de un misterioso amigo del ejército de Andrés. La respuesta de María es un crudo golpe de realidad: no sabe nada. La confesión se tiñe de amargura al admitir que Andrés, su propio esposo, no le ha proporcionado detalles sobre su paradero, ni siquiera se ha preocupado por ella en sus escasas comunicaciones telefónicas. La herida se profundiza cuando Gabriel insiste, preguntando por su tío y sus planes de regreso, una pregunta que cae como una bomba sobre María, recordándole la dolorosa ausencia y el futuro incierto de su matrimonio.

Begoña, siempre pragmática y mediadora, intenta arrojar luz sobre la situación. Explica que las llamadas de Andrés han sido breves, limitándose a informar sobre su bienestar sin ofrecer mayores explicaciones. Gabriel, intentando ver el lado positivo, se resigna a aceptar que su bienestar es lo primordial. Sin embargo, un sutil cambio en su tono, una chispa de malicia insidiosa, lo lleva a especular que Andrés podría haber viajado a París. La insidia se desata cuando Gabriel teoriza que su cuñado podría estar buscando hablar directamente con el señor Brosard, intentando lograr lo que él mismo no pudo. Begoña, con la defensa de su esposo incólume, le recuerda a Gabriel sus propios logros, particularmente cómo logró convencer a Brosard de su idoneidad como director. María, ajena a la discusión, observa en silencio, la frustración y la humillación tiñendo cada uno de sus gestos. Gabriel, sin percatarse del profundo malestar que su comentario ha generado, cierra el tema con la resignada frase: “Ya nos enteraremos de la verdad con el tiempo”. La respuesta de María, un susurro cargado de escepticismo, “Eso espero”, es un fiel reflejo de su desolación.


Buscando un respiro y un cambio de rumbo, Gabriel se vuelve hacia su esposa, Begoña, con una sonrisa forzada. Le propone una cena para celebrar el éxito de su pomada, un intento de normalidad que choca frontalmente con la realidad. Begoña, con una serenidad admirable, declina la invitación, recordándole el compromiso ineludible: la reunión con el abogado para formalizar la adopción de la pequeña Julia. La mención de Julia es un golpe demoledor para María, recordándole la pérdida de su propio sueño de maternidad y la dolorosa realidad de su matrimonio desmoronado. Gabriel, con un gesto de sorpresa y disculpa, admite haber olvidado por completo el compromiso, un desliz que subraya su desconexión emocional y su aparente superficialidad.

La noticia de la adopción de Julia por parte de Begoña y Gabriel cae como un balde de agua fría sobre María, rompiendo lo poco que quedaba de su espíritu. Mientras tanto, Begoña, con la mirada fija en Gabriel, expresa su preocupación por el contrato de la pomada, temiendo cláusulas ocultas que puedan mermar su control sobre la producción. La respuesta de María, teñida de sarcasmo y resentimiento, “— ¿Para qué te casaste con un abogado entonces? Se supone que son expertos en leer la letra pequeña”, revela la amargura que la consume. Gabriel, intentando calmar a Begoña, le asegura que todo saldrá a su favor. El ambiente se vuelve más íntimo cuando Gabriel, con una profunda admiración, elogia a Begoña por su valentía, emprendimiento y visión de futuro, calificándola como la “mujer del futuro, libre, trabajadora e independiente”. Estas palabras, pronunciadas delante de María, resuenan con un eco cruel, amplificando su sentimiento de insignificancia.

Incapaz de contener su amargura, María lanza una pulla venenosa: “— Esas cualidades suelen asustar a muchos hombres”. Gabriel, en un arrebato de afecto que resulta humillante para María, responde con fervor: “— A mí, por el contrario, me encantan y por eso estoy tan enamorado de mi mujer”. Un gesto tierno entre la pareja, un beso que atraviesa la mirada de María, la empuja al límite. Harta de la escena, María arroja un objeto, un acto desesperado para interrumpir la íntima demostración de afecto.


Gabriel, percibiendo la tensión insostenible, decide retirarse. Sin embargo, antes de que pueda cruzar la puerta, María desata su furia verbal contra Begoña: “— Al final te has salido con la tuya. No has respetado la última voluntad de Jesús.” Gabriel interviene, defendiendo a su esposa y argumentando que lo mejor para la niña es estar con su madre. Begoña, con una firmeza que desarma a María, le pide a Gabriel que no intervenga, declarando que las cosas están claras. Su petición de ser llevada a la fábrica marca el fin de su jornada en el dispensario, un punto de inflexión en su vida.

Mientras Gabriel se retira a buscar las llaves, Begoña se queda a solas con María, en un tenso cara a cara. Begoña, con una mirada penetrante, le asegura a María que sabe las razones detrás de la violenta actuación de Jesús. María, ofendida, responde con incredulidad. Begoña, con una lógica inquebrantable, argumenta que ninguna mujer debería defender la violencia contra una madre, ni utilizar a una niña como arma. La terquedad de María se manifiesta en su insistencia en que la voluntad de un difunto es sagrada. Begoña, con un consejo pragmático, le sugiere a María que se centre en recuperar su vida con Andrés, mientras ella se ocupará de Julia y Gabriel. Esta propuesta enciende la furia de María, quien acusa a Begoña de haber alejado a Andrés y grita que todos son infelices mientras Begoña disfruta de su matrimonio perfecto. Begoña, manteniendo la calma, le asegura que su marido volverá y le pide que no descargue su rabia contra quien no tiene la culpa. En ese preciso momento, Gabriel regresa, y la pareja se marcha, dejando a María sola, consumida por la frustración y la rabia.

Más tarde, en la fábrica, Gabriel se encuentra en su despacho cuando María irrumpe con una determinación renovada. Sin rodeos, le exige un puesto de trabajo, argumentando su condición de accionista y familiar. Gabriel, con una crueldad calculada, le recuerda la realidad: Brosard ha despedido a la mitad del personal, incluida Begoña. María, con desprecio, insinúa que su “mujercita” aprovechará para liberarse del trabajo. Gabriel la corrige, asegurando que Begoña trabajará más que nunca en su nuevo proyecto. María insiste, “— Quiero un puesto y me lo vas a dar. Para algo gestioné las acciones de Julia”. La risa burlona de Gabriel es la gota que colma el vaso, provocando la ira de María. Gabriel, con un tono condescendiente, le dice que ella nunca ha querido trabajar. María, con una mirada desafiante, responde que sí ha querido trabajar, pero como esposa y madre, labores que también implican esfuerzo. Ante la imposibilidad de ejercer ambas, busca una nueva forma de desarrollar su potencial.


Gabriel, con una crueldad inaudita, le pregunta si cree que trabajando recuperará a Andrés y le espeta que nunca será como Begoña. Le recomienda que se enfoque en la rehabilitación de su marido y deje de causar problemas en la empresa. María, con la voz quebrada, pregunta si quiere que le cause problemas a él también y exige que le busque un empleo. Gabriel, con sarcasmo, le pregunta de qué podría trabajar, sugiriendo de dependienta y cuestionando su resistencia a estar de pie todo el día. María defiende sus capacidades organizativas, recordando sus éxitos con almacenes Miranda y el aniversario de la empresa. Gabriel, reconociendo su esfuerzo, se excusa diciendo que ahora todo depende de Brosard. María, molesta, exige una respuesta.

En ese instante, entra Chloe, que ha sido testigo de parte de la discusión. Sorprendida por la tensión, Chloe comenta la situación. Gabriel, restándole importancia, asegura que María está aburrida en casa y tuvo la “loca idea” de pedir trabajo. Horas después, Chloe se encuentra con María en el jardín. Con cautela, le pregunta sobre la conversación con Gabriel. María confiesa que Gabriel consideró su petición fuera de lugar, y que prácticamente le dijo que no servía para nada. Chloe, sin embargo, tiene una opinión diferente. Admite haber escuchado la conversación y valora a las mujeres fuertes e independientes. María, con una leve sonrisa, coincide, y Chloe elogia su determinación y afán de superación.

María confiesa su deseo de ser independiente. Chloe, intrigada, le propone trabajar juntas. María, incrédula, pregunta si habla en serio. Chloe asegura que sí, y le revela un talento clave que posee María: el francés. Chloe, anticipando las necesidades de Brosart, le propone un puesto como traductora, ya que reciben mucha documentación de París y necesitan traducir informes. María, emocionada, acepta encantada. Chloe le pregunta sobre su habilidad para mecanografiar, y María confirma haber hecho cursos para ayudar a su padre. Chloe sonríe, concluyendo que es la persona perfecta y que la necesita urgentemente. María, al borde de las lágrimas, expresa su gratitud. Chloe, con amabilidad, responde que es ella quien agradece haber encontrado a alguien con la capacidad y determinación de María.


El capítulo 447 de “Sueños de Libertad” nos deja con un sabor agridulce. La humillación pública de María a manos de Gabriel contrasta con la esperanza que Begoña ha sembrado con la adopción de Julia. Y, justo cuando María parecía haber tocado fondo, la inesperada intervención de Chloe abre una puerta a la redención y a un nuevo capítulo en su lucha por encontrar su lugar en el mundo. El destino de la familia Reina, más incierto que nunca, se vislumbra lleno de giros y sorpresas.