MADAME COCOTTE TIENE CARA… Y ES LA DE SANTOS || CRÓNICAS de LaPromesa series

El Palacio de La Promesa se tambalea ante la impactante revelación del mayor impostor y una decisión maternal que reescribirá el destino de Ángela.

Por Gustav | Crónicas de La Promesa

Durante semanas, los pasillos del majestuoso Palacio de La Promesa han resonado con un murmullo de intriga, un sabor amargo de injusticia y, ahora, el eco ensordecedor de una traición que ha dejado a todos boquiabiertos. En un giro argumental que redefine el concepto de la doble vida, el hombre que menos imaginábamos, el mayordomo Santos Pellicer, ha emergido no solo como un ladrón de talento, sino como el enigmático y ridículo alter ego culinario: Madame Cocotte. La intuición, esa brújula infalible que guía a este cronista, no me ha fallado. Santos Pellicer es, sin lugar a dudas, el artífice detrás del robo de las preciadas recetas de Lópe Ruíz, un acto que ha socavado la integridad del servicio y ha humillado a un chef que ha dedicado su alma a la cocina.


La trama, digna de los mejores dramas, comenzó a tejerse de forma sutil. Las publicaciones del “Crónicas del Guadalquivir” empezaron a deslizar discretamente los exquisitos platos de Lópe, primero una receta, luego dos, y pronto se hizo evidente que no se trataba de una casualidad. Alguien, desde dentro del mismo palacio, estaba saqueando sin pudor el trabajo de nuestro talentoso cocinero. La cocina, epicentro de las pasiones y rivalidades del servicio, se convirtió en el escenario de interrogatorios improvisados, orquestados por las ingeniosas y dicharacheras Simona y Candela. Estas “detectives del fogón”, con su humor punzante, nos regalaron momentos de alivio cómico en medio de la creciente tensión, pero su investigación, por más perspicaz que fuera, solo arañaba la superficie de un engaño mucho más profundo.

Y entonces, llegó el momento cumbre. Lópe, con la astucia que lo caracteriza, tendió una trampa: una receta falsa. Y el señuelo, como predijimos, funcionó a la perfección. Santos picó el anzuelo, y la receta adulterada fue enviada sin dudarlo a la imprenta. El desastre, sin embargo, no se hizo esperar. Cuando los ávidos lectores intentaron replicar la falsedad, el resultado fue un fracaso rotundo, sembrando la duda y la confusión. Es en este punto donde la máscara de Santos comienza a resquebrajarse. El supuesto genio culinario Madame Cocotte, un pseudónimo tan grotesco como efectivo para encubrir su plagio, se vio expuesto. Ahora, Santos se mueve como un alma en pena, presa de la paranoia, consciente de que las miradas están puestas en él y que el cerco se estrecha.

Pero, ¿qué impulsa a un hombre como Santos a cometer un acto tan vil? Es fundamental desterrar la idea de que sus motivaciones nacen de la necesidad o la justicia. Las pruebas apuntan de manera irrefutable hacia un cóctel tóxico de ego, resentimiento y, sí, también dinero. Desde la partida de su padre, Santos ha vivido sumido en la sombra, sintiéndose perpetuamente inferior, eclipsado y frustrado. En La Promesa, donde el talento de Lópe brilla con luz propia, ya sea entre fogones o en la vida, Santos se siente un espectro, un peón sin capacidad de maniobra. Vera, en su búsqueda de apoyo, lo evita, y el resto del servicio, Pía, María Fernández, Teresa, e incluso Petra, parecen haberlo relegado al olvido.


El robo de las recetas es solo la punta del iceberg. Santos ha usurpado el mérito de Lópe, ha hurtado su reconocimiento y, lo que es más grave, ha intentado profanar el alma misma de La Promesa: su cocina. La escena en la que las cocineras celebran el error del impostor mientras Lópe se felicita por la trampa tendida, para luego ver a Santos retratado al comparar la receta del periódico con la que él había robado, es un golpe maestro de la narrativa. La incredulidad de Santos, que aún se pregunta si el fallo fue suyo y no la falsedad de la receta, revela una desconexión alarmante con la realidad. Para un personaje tan aferrado a su orgullo, este descubrimiento debe ser un golpe mortal, una humillación que, esperemos, marque el principio de su fin.

La gran incógnita que flota ahora en el aire es: ¿cómo se salvará Santos de las consecuencias de sus actos? El mayordomo ha cruzado una línea roja que no tiene vuelta atrás. Cuando la verdad se desvele por completo, ¿tomará la autoridad del palacio, encarnada en el mayordomo mayor, medidas contundentes contra uno de sus propios empleados? El escenario es volátil, y las repercusiones podrían ser devastadoras para la estabilidad del servicio.

Pero La Promesa nunca deja de sorprendernos, y justo cuando creíamos haber asimilado la magnitud de la traición de Santos, un nuevo bombazo sacude los cimientos de la narrativa. Doña Leocadia, la matriarca de un linaje que se desmorona, se enfrenta a una decisión drástica que alterará el rumbo de su hija Ángela de forma irreversible. Tras la humillante revelación en la fiesta de don Lisandro, donde el Capitán Garrapata anunció públicamente su compromiso con Ángela, destrozando así los planes de boda con Beltrán, Leocadia se encuentra acorralada.


El Capitán Garrapata ha sido inflexible: la boda se celebrará en un mes, sin excusas ni demoras. La dualidad de Leocadia es palpable. Vemos a una mujer sometida, atrapada por las artimañas de Lorenzo, y a la vez, a una madre que lucha, aunque sea con desesperación, por el futuro de su hija. La cruda realidad es que Leocadia ha vivido bajo la influencia de Lorenzo, y esta situación la ha puesto contra las cuerdas.

Sin embargo, un rayo de esperanza surge de la confrontación entre don Lisandro y Lorenzo. El incidente en la fiesta, donde don Lisandro perdió los estribos con Lorenzo por haber desvelado el compromiso en su propio evento, y las duras palabras que dedicó a Lorenzo ante Leocadia, parecen haberle dado a la matriarca la fuerza necesaria. Esta legitimación, este repudio público de Lorenzo por parte de don Lisandro, podría ser el catalizador que Leocadia necesita para anular el compromiso matrimonial de Ángela. Esperamos, con fervor, que esta sea la decisión que tome, pues Ángela merece un destino más digno que el que le deparan las intrigas de un hombre como Lorenzo.

Soy tu Gustav, y estas son las crónicas que nos mantienen al borde de nuestros asientos en La Promesa. Te espero esta tarde en el Canal 2 para seguir desentrañando los secretos de este palacio. Hasta entonces, un gran beso apretado.