LA PROMESA – URGENTE: El Fin se Acerca | Capítulo 800 – Un Desenlace Épico y Devastador con 3 Giros que Sacudirán los Cimientos
Madrid. La casa de la Promesa se tambalea ante la inminencia de su desenlace. Tras una travesía de más de 700 capítulos que han cautivado a miles de espectadores, la aclamada serie de RTVE se prepara para bajar el telón, y se rumorea que el capítulo final, el número 800, marcará el punto culmen de una narrativa plagada de intrigas, pasiones y secretos oscuros. La recta final promete ser un torbellino de giros argumentales que dejarán al público sin aliento, y los últimos indicios apuntan a revelaciones impactantes que cambiarán para siempre la percepción de personajes clave.
Las sombras del Palacio de La Promesa están a punto de ser disipadas, y dos figuras que han operado desde las tinieblas, Lorenzo y Leocadia, serán finalmente expuestas. Sus crímenes, urdidos con astucia y crueldad, saldrán a la luz, despojándolos de su impunidad y exponiendo la podredumbre que anidaba en los corazones de quienes parecían intocables. Los villanos, cegados por su ambición y sus fallidos intentos por eliminar a Alonso, cometerán una serie de errores garrafales que sellarán su destino. La planificación de su huida, un último intento desesperado por evadir la justicia, se verá frustrada por las propias artimañas que sembraron.
Sin embargo, la figura de Leocadia se erige como un espectro de determinación implacable. Desesperada por mantener su libertad, no dudará en cobrarse una última víctima, añadiendo un acto final de horror a su ya macabro historial. Los detalles de este desenlace inminente prometen ser tan devastadores como fascinantes.
![]()
La Noche de la Determinación: Curro Toma las Riendas de su Destino
La tensión se palpaba en el aire del Palacio de La Promesa una noche, cargada de un silencio opresivo roto solo por el crujir de las maderas antiguas. Curro, sumido en la angustia, yacía en su humilde cama, la mente atormentada por la inminente boda de Ángela con el cruel Lorenzo. La imagen de la joven vestida de novia, unida a ese hombre despreciable, le quemaba el alma, tornándose insoportable. El joven, al borde del colapso, exhaló un suspiro cargado de resignación y rabia. “No voy a permitir que eso suceda”, murmuró para sí mismo, la voz apenas un hilo. “No se la voy a entregar a él. No importa lo que me cueste.”
Impulsado por una fuerza recia, Curro decidió que esa noche marcaría el fin de su pasividad. Se levantó con una determinación férrea y se dirigió sigilosamente hacia la planta inferior. Al entrar en la cocina, encontró a Teresa, Lóe y otras criadas guardando la vajilla. Intentando mantener la compostura, Curro se acercó.

“Curro, ¿ya terminó tu turno?”, preguntó Teresa, limpiándose las manos en el delantal.
“Sí, solo voy a la ciudad. Voy a comprar unas provisiones antes de que cierren. No tardo”, respondió el joven, forzando una calma que apenas disimulaba la tormenta interior.
Lóe, con una ceja levantada, manifestó su extrañeza: “A estas horas. Está oscuro, Curro. ¿Quieres que vaya contigo?”

“No es necesario. Es cosa rápida”, mintió Curro, sabiendo que la confianza de las criadas era su mejor escudo. Salió del palacio, envuelto en un abrigo desgastado, sin mirar atrás.
Un Pacto en la Sombra: Curro y el Extraño
El camino hacia la ciudad, largo y helado, no mermó la firmeza de los pasos de Curro. Su decisión estaba tomada, irreversible. Se internó en los callejones más sombríos, aquellos que las criadas advertían evitar al anochecer. Allí, una sombra se materializó. Un hombre alto, vestido de oscuro, de porte imponente, emergió de la penumbra.
![]()
“Eres el joven que mandó el recado”, dijo el hombre con voz grave.
“Soy yo”, respondió Curro, luchando por controlar su respiración.
“¿Y qué quieres?”, inquirió el extraño.

Curro respiró hondo, su mirada fija en el suelo antes de alzarla con valentía. “Quiero que te lleves a un hombre de aquí, que lo dejes lejos, que lo escondas, que no vuelva por un tiempo.”
El hombre se cruzó de brazos. “¿Me estás pidiendo que rapte a un hombre?”
Curro cerró los ojos por un instante. “Sí.”

“¿Y quién es el objetivo?”
La lengua de Curro pareció pesar una tonelada al pronunciar el nombre: “Lorenzo de la Mata.”
El desconocido soltó una risa corta y seca. “Eso te costará caro, muchacho.”
![]()
“Yo pago”, respondió Curro al instante, el miedo cediendo ante la urgencia.
El hombre entrecerró los ojos. “¿Tienes idea de cuánto estamos hablando?”
De su bolsillo, Curro extrajo todo el dinero que había logrado reunir en los últimos años. Una suma modesta, fruto de su arduo trabajo, apenas un tesoro para él. El hombre examinó el paquete, insatisfecho. “Esto no cubre ni la mitad. Este hombre es importante, es valioso, dará trabajo.”

Fue entonces cuando Curro hizo un sacrificio que le desgarró el alma. Sacó de su bolsillo interior el pequeño reloj de oro, la última reliquia de Eugenia, la única conexión tangible con la mujer que, a pesar de todo, lo había amado. El reloj brilló bajo la tenue luz del callejón, capturando la atención del extraño.
“Déjame ver eso”, dijo, sus ojos ampliándose al examinar la joya como un mercader experto. “Esto lo cubre todo”, sentenció. Un nudo se formó en la garganta de Curro, pero su determinación no flaqueó.
“Entonces hazlo”, afirmó.

El hombre guardó el reloj y se acercó a Curro, su rostro a escasos centímetros. “Dos días. En dos días él estará en cautiverio y tú no lo verás más por un buen tiempo.”
Curro asintió, tragándose la emoción. “Solo quiero que no se case con ella.”
“Eso es problema tuyo. Yo solo lo quito del camino”, replicó el secuestrador, desvaneciéndose en la oscuridad del callejón como humo.
![]()
La Larga Espera y el Inicio de la Caída
Curro se quedó allí, respirando con dificultad, una mezcla de arrepentimiento, miedo y adrenalina recorriéndole el cuerpo, pero también una extraña sensación de alivio. Había actuado.
Al regresar al palacio al amanecer, nadie notó su ausencia. Los sirvientes dormían, y el silencio reinaba en los pasillos. Curro se tumbó en su cama, pero el sueño se le esquivaba. Horas mirando al techo, oyendo el latido frenético de su propio corazón. “Dos días”, murmuró. “Dos días y todo cambiará.”

El primer día transcurrió lentamente. Lorenzo se paseaba por el palacio con su habitual aire de superioridad, despidiendo desprecio hacia los sirvientes. Curro lo observaba de lejos, la ansiedad creciendo en su interior, pero se mantenía impasible, sin dar pie a sospechas.
El segundo día fue aún más opresivo. El café se sirvió, pero Lorenzo no apareció. Las criadas comenzaron a cuchichear, y la ausencia se prolongó hasta el almuerzo. Ni una orden, ni un grito, nada. Al caer la tarde, la inquietud se hizo insostenible.
“No aparece desde ayer”, dijo Pía, cruzándose de brazos.

“Y esto, esto no es normal. Lorenzo nunca desaparece así”, añadió Teresa, mordiéndose el labio.
Incluso Alonso mostró extrañeza. “El capitán de la Mata no ha notificado a nadie de su salida. ¿Dónde está?”
Nadie tenía respuesta. Curro, al fondo de la sala, bajó la mirada, liberando un suspiro de alivio apenas perceptible.
![]()
El Cautiverio de Lorenzo y la Información Clave
Mientras el palacio se sumía en la incertidumbre, en un cobertizo abandonado a kilómetros de distancia, el hombre contratado por Curro se acercaba a su prisionero. Lorenzo, atado, sucio e irritado, temblaba de frío. A pesar de su precaria situación, intentó mantener su acostumbrada arrogancia.
“Quien quiera que seas, estás cometiendo el mayor error de tu vida. Voy a descubrir tu nombre. Voy a acabar contigo. Voy a arruinar a tu familia, tu trabajo, todo lo que tienes. No sabes con quién te has metido”, amenazó.

El secuestrador soltó una risa fría. “Bonito discurso, pero aquí dentro no sirve de nada.”
Lorenzo tiró de las cuerdas, inútilmente. “¡Suéltame ahora! Te lo ordeno.”
El secuestrador se inclinó, su rostro cerca del de Lorenzo. “Te suelto, pero vas a tener que pagar de la manera correcta.”

“Ya he dicho que pago el doble. El triple. Dime el valor y lo cubro”, ofreció Lorenzo, la desesperación comenzando a resquebrajar su fachada.
El hombre hizo una pausa. “No quiero tu dinero.”
Lorenzo se quedó perplejo, su arrogancia desmoronándose. “¿Entonces, qué quieres?”
![]()
“Quiero información”, respondió el secuestrador, cruzándose de brazos.
“¿Qué tipo de información?”
“Los crímenes de Leocadia.”

El silencio que siguió fue pesado, casi palpable. Lorenzo abrió los ojos, su respiración agitada. “¿Estás loco? Leocadia no ha cometido ningún crimen.”
El secuestrador tomó un cubo con agua sucia. “Ya he dicho que no sirve de nada mentir. No tenemos prisa.”
“¡No voy a decir nada! ¡Vais a pagar caro todos vosotros!”, gritó Lorenzo.

“Entonces disfruta del silencio, capitán, porque va a durar hasta que cambies de idea”, replicó el hombre.
Los días pasaron lentamente. El frío, el hambre y la soledad hicieron mella en Lorenzo. La arrogancia inicial se desvaneció, dando paso al miedo y a la debilidad. Al cuarto día, roto, accedió a hablar.
“Hablo, pero me sueltas después”, jadeó.
![]()
“Si lo que digas sirve”, respondió el secuestrador.
Y Lorenzo, finalmente vencido, comenzó a relatar las intrigas, los chantajes y las alianzas secretas que envolvían el palacio. Reveló la vida sombría de Leocadia, sin que el secuestrador anotara nada, solo escuchando.
Curro, la Ansiedad y el Pacto Final

En el palacio, Curro se consumía en la inquietud. Fingía normalidad, pero su corazón latía desbocado. Los susurros sobre la desaparición de Lorenzo se intensificaban.
“Esto es demasiado extraño, Curro. ¿Crees que ha pasado algo grave?”, preguntó Teresa.
“No sé, Teresa, no tengo ni idea”, respondió Curro, mientras en su interior deseaba con todas sus fuerzas que Lorenzo permaneciera desaparecido.

Esa noche, mientras salía a buscar leña, el secuestrador apareció de la nada. Curro palideció. “¿Ha hablado?”
“Lo ha contado todo, más de lo que esperaba.”
Curro cerró los ojos, sintiendo la adrenalina subir. “¿Y él, está bien?”
![]()
“Está vivo. Eso es suficiente.”
“¿Y el acuerdo?”, preguntó Curro, sin atreverse a mirar al hombre.
El secuestrador se acercó. “Quiere ser liberado. Dijo que a cambio delatará a Leocadia. Pero eso no es asunto mío, es asunto tuyo.”

Curro se quedó paralizado. Era el momento de la verdad. Podía liberar a Lorenzo y dar por terminado todo, o continuar con el plan original, mantenerlo lejos hasta que la boda de Ángela se cancelara.
“¿Vas a cumplir tu parte?”, insistió el secuestrador.
Curro respiró hondo, su corazón latiendo desbocado. No descansaría hasta proteger a Ángela. “Dile que sí, que acepto el trato”, dijo con voz firme.

El secuestrador asintió. “De acuerdo, le aviso.” Al girarse para irse, Curro lo llamó de nuevo. “Pero no lo sueltes ahora. Pide el informe por escrito y envíalo al sargento.”
Lorenzo y Leocadia, Atrapados y Acorralados
El informe fue enviado, y Lorenzo fue liberado. Al llegar al palacio, corrió a su cuarto, la urgencia en sus movimientos. Metió ropa y documentos en una maleta, el corazón desbocado. Justo cuando iba a cerrar la maleta, la puerta se abrió de golpe. Leocadia apareció en el umbral, el rostro pálido y la respiración agitada.
![]()
“Lorenzo, ¿dónde has estado todo este tiempo? Todo el palacio está en revuelo. ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué estás cogiendo la maleta? ¿Qué es este desorden?”, interrogó ella, intentando descifrar el enigma.
Lorenzo levantó la mirada, sus ojos hundidos y asustados. “La casa se ha caído, Leocadia. Se ha caído del todo. Y si no salimos de aquí ahora, los dos vamos a pagar muy caro.”
Leocadia se quedó inmóvil. “¿Qué estás diciendo? ¿Cómo que se ha caído, Lorenzo? Explícame ahora.”

Lorenzo la agarró por los brazos con fuerza. “Te digo que alguien nos ha delatado. Alguien lo sabe todo. ¡Todo, Leocadia! Las cartas, las intrigas, los complots me atraparon. Fui presionado y tuve que abrir la boca.”
Leocadia sintió que las piernas le fallaban. “¿Contaste mis secretos?”
“¡Los nuestros!”, corrigió él, casi gritando. “Lo conté porque era eso o que me dejasen allí para siempre. Querían que te delatase. ¡Y te delaté! Lo delaté todo. Leocadia, lo saben todo. ¡Todo!”

“Dios mío. Dios mío. Entonces estamos acabados”, murmuró Leocadia, llevándose las manos a la cabeza.
“No, si nos quedamos quietos aquí”, dijo Lorenzo, empujándole otra maleta a ella. “Coge tus cosas. Coge solo lo esencial. Salimos por la parte de atrás ahora, antes de que alguien llegue.”
Leocadia, sin cuestionar, empacó a toda prisa. Ambos salieron del cuarto como fugitivos, cada paso resonando en el pasillo. Al doblar la esquina de la escalera de servicio, escucharon el sonido de pasos fuertes y rápidos. El sargento Fuentes apareció de repente, flanqueado por cuatro hombres armados.
![]()
“Capitán Lorenzo de la Mata”, dijo Fuentes con voz fría. “Leocadia Molina, quédense donde están.”
Lorenzo se heló. Leocadia dio un salto hacia atrás, las maletas a punto de caer. “No, no puede ser. Ya han llegado”, murmuró Lorenzo, mirando a su alrededor como un animal acorralado.
Y entonces, la peor escena imaginable se desplegó. Alonso apareció detrás del sargento, su postura de marqués firme, confiado y visiblemente asqueado.

“Entonces es verdad”, dijo Alonso, mirando a los dos fugitivos.
El pánico se apoderó de Lorenzo. Se abalanzó sobre Alonso, agarrándolo del brazo con violencia. “¡No se mueva!”, gritó, aterrorizado. “¡Todos vosotros, parad, estoy avisando! ¡Parad!”
El sargento Fuentes hizo una señal a sus hombres, que apuntaron las armas. Lorenzo, jadeando, sacó un pequeño revólver oculto en su maleta y lo apuntó al pecho de Alonso.

“¿Suelta el arma, Lorenzo?”, dijo Alonso, con una mirada feroz. “Serio. No empeores aún más tu situación.”
“¡Cállate!”, gritó Lorenzo, presionando el cañón contra él. “Voy a salir de aquí con Leocadia y usted, sargento Fuentes, va a dar el paso ahora o el marqués sufrirá las consecuencias. Lo juro.”
Leocadia, temblando, susurró: “Lorenzo, no hagas eso. Por favor, no lo empeores todo.”
![]()
“Tú me arrastraste a esto”, replicó él, sin apartar la vista del sargento. “Yo no voy a pagar solo.”
Fuentes dio un paso al frente. “Capitán, suelte el arma. Estamos en superioridad numérica. No tiene salida.”
“Sí que la tengo”, gritó Lorenzo. “Si no abrís ese camino, ahora disparo.”

Leocadia le tocó el brazo temblando. “Lorenzo, por favor, no nos hagas esto. No conviertas esto en un desastre.”
Pero Lorenzo, sumido en el pánico, apuntaba el arma al corazón del marqués.
Fuentes respiró hondo y pronunció el anuncio final: “Lorenzo de la Mata, si lastimas al marqués, no habrá huida, no habrá trato, no habrá salvación. Suelta el arma ahora.”

El pasillo contuvo el aliento, esperando el próximo movimiento, aquel que decidiría el destino de todos.
¿Qué os han parecido estas impactantes escenas del final de La Promesa? Dejad vuestras opiniones en los comentarios y seguid atentos a más detalles sobre vuestra serie favorita. ¡El desenlace está más cerca que nunca!