LA PROMESA – ¡URGENTE! Curro RECUPERA sus TÍTULOS y EXIGE la DETENCIÓN INMEDIATA de Leocadia

Un giro de guion que sacude los cimientos de La Promesa: la verdad sale a la luz y la condesa de Grasalema se enfrenta a la justicia.

El Palacio de La Promesa se ha convertido en el epicentro de una tormenta que amenaza con derribar muros de mentiras y engaños. Lo que comenzó como una búsqueda desesperada de respuestas ha desembocado en una catarsis dramática, desvelando la siniestra verdad detrás de la muerte de Hann Expósito y catapultando a Curro de la Mata a una posición de poder inimaginable hasta hace unas horas.

El amanecer apenas despuntaba sobre La Promesa cuando Manuel, consumido por el insomnio y la angustia, se sentó en el despacho de Lorenzo de la Mata. Un simple roce accidental a una carpeta desveló un doble fondo, y en su interior, un sobre sellado con el distintivo negro de la desgracia. La inscripción, “para abrir solo en caso de mi muerte o desaparición”, heló la sangre de Manuel. Lorenzo, el enigmático y ahora desaparecido capitán, había preparado un último legado, una confesión póstuma destinada a desenterrar la podredumbre que anidaba en el corazón de la mansión.


La carta, escrita con la caligrafía precisa y militar de Lorenzo, se reveló como un auténtico misil contra la opulencia y el poder de Leocadia de Figueroa. El contenido hizo que la sangre se helara en las venas de Manuel: Lorenzo confesaba ser el autor del disparo que hirió mortalmente a Hann, pero actuaba bajo las órdenes directas de Leocadia. La condesa, ambiciosa y calculadora, había orquestado un plan maestro para eliminar a Hann, el único obstáculo real para su dominio absoluto sobre La Promesa. Sabía que mientras Hann viviera, Manuel tendría un motivo para resistir, Curro una hermana por quien luchar, y los Luján, un faro de esperanza. ¡La condesa era, según esta confesión, la mente maestra del asesinato!

Con las piernas flaqueándole, Manuel corrió como un alma en pena por los pasillos, la carta ardiendo en su mano como un fuego purificador. Su destino: Curro, encontrado en las caballerizas, inmerso en una aparente resignación desde la desaparición de Lorenzo. Pero la expresión de Manuel y el papel que portaba encendieron una chispa en los ojos de Curro. La resignación se disipó, reemplazada por una furia fría y contenida que auguraba una inminente confrontación. “Leocadia”, susurró Curro, el nombre resonando como una sentencia de muerte. La realization de que la mujer que bebía té en el salón mientras controlaba sus vidas con dinero sucio era la artífice de tanto sufrimiento desató una ira justificada.

La decisión de Curro fue tajante: no acudirían a la policía de inmediato. Querían exponer a Leocadia ante todos, ver su rostro caer cuando el telón de sus engaños se descorrera. Ambos se dirigieron hacia el salón principal, donde la tensión ya era palpable. Adriano, el esposo de Catalina, se enfrentaba a Leocadia, acusándola de la huida de su esposa, orquestada, según él, por la condesa y el Conde de Valladares. Alonso, el marqués, observaba la escena con una preocupación creciente, mientras Martina, Pía, Teresa, Simona y Candela, atraídos por los gritos, se agolpaban en la puerta.


Fue en este clímax de tensión cuando Curro hizo su entrada. No como el bastardo tolerado, sino como el noble que era por derecho propio. Su presencia irradiaba una autoridad recién descubierta. “Disculpen la interrupción,” anunció con voz clara y resonante, lanzando la carta sobre la mesa central. El papel cayó con un seco crujido que pareció resonar como un trueno. “La verdad, padre,” respondió Curro a la pregunta de Alonso, refiriéndose a la confesión de Lorenzo sobre el asesinato de su hermana Hann.

El color abandonó el rostro de Leocadia al instante. Sus ojos se clavaron en la carta como si fuera una víbora mortal. Alonso, con manos temblorosas, comenzó a leer en voz alta. El salón quedó sumido en un jadeo colectivo cuando Lorenzo confesó las órdenes de Leocadia. “¡Esto es absurdo! ¡Una falsificación!”, exclamó Leocadia, intentando desviar la atención. Pero Curro, con una calma mortal, la cuestionó: “¿Una mentira? ¿Como todas las mentiras que usted ha tejido desde que llegó a esta casa?”. Leocadia, desesperada, insistió en que Lorenzo era un mentiroso, un delincuente.

Sin embargo, la verdad tenía aliados inesperados. Pía, con una valentía férrea, dio un paso al frente. Reveló haber escuchado una conversación entre Leocadia y Cristóbal, el mayordomo impuesto por la condesa, donde hablaban de “el problema de Hann resuelto permanentemente” y de cómo “el veneno fue una idea brillante”. Teresa corroboró haber escuchado conversaciones entre Leocadia y Lorenzo sobre “eliminar obstáculos”. Simona y Candela añadieron que vieron a Leocadia saliendo de la farmacia la noche antes de que Yana empeorara.


“¡Basta! ¡Esto es una conspiración!”, gritó Leocadia, su compostura finalmente destrozada. Fue entonces cuando Curro, irguiéndose en toda su altura, proclamó formalmente: “Yo, Curro de la Mata Luján, reconocido hijo de Alonso de Luján, barón de Linaja, por derecho propio, exijo justicia por el asesinato de mi hermana Hann Expósito”. La formalidad de sus títulos, la forma en que reclamaba su lugar en la jerarquía noble, transformó el ambiente.

Alonso, conmovido y asqueado por la traición, confrontó a Leocadia: “Has matado a un miembro de mi familia. Has destruido la felicidad de esta casa con tu ambición desmedida”. Leocadia suplicó, argumentando que Hann era una distracción y un peligro para el orden establecido. “¡Era mi esposa! ¡Era la mujer que amaba! ¡Era la madre de mi hijo no nacido!”, explotó Manuel, haciendo jadear a la concurrencia ante la revelación del embarazo de Hann. “¡Y era mi hermana! ¡La única familia verdadera que tuve!”, añadió Curro, con la voz cargada de dolor y furia.

La caída de Leocadia fue definitiva cuando Alonso, con voz gélida, le espetó: “Te aseguraré personalmente que pagues por tus crímenes”. El intento de Leocadia de desacreditar a Curro fue aplastado por la digna respuesta de Alonso: “Curro es mi hijo, mi sangre, y tiene todo mi apoyo”. El reconocimiento público de Curro por parte de su padre resonó como un rayo, solidificando su estatus.


Manuel dio instrucciones a Adriano para que trajera al Sargento Burdina. La confesión de Lorenzo, ahora en manos de las autoridades, sellaba el destino de la condesa. El Sargento Burdina, tras examinar la carta, procedió a la detención de Leocadia de Figueroa por conspiración para cometer asesinato. A pesar de sus patéticos intentos de invocar su título y unos inexistentes derechos, la ley se impuso. “Esto es por Hann”, sentenció Curro con voz baja pero firme. “Por mi hermana, por la mujer que merecía vivir”.

Las palabras de Curro y Manuel resonaron en el salón: ” Justicia tardía, pero justicia al fin”, “Tu imperio de mentiras ha caído”. Mientras Leocadia era escoltada fuera, los testigos clave –Pía, Teresa, Simona y Candela– se comprometieron a declarar. La casa de La Promesa, liberada del yugo de la condesa, respiraba un aire de esperanza y renacimiento.

Alonso, en un gesto conmovedor, abrazó a Curro, disculpándose por su tardío reconocimiento y por no haber protegido a Hann. “Ya está hecho, padre,” respondió Curro. Manuel se unió a ellos, declarando a Curro su hermano, no por sangre, sino por el amor que ambos sentían por Hann. La familia Luján, desunida por tanto tiempo, se encontraba finalmente unida por el dolor y la búsqueda de la verdad.


La valentía de Curro fue elogiada por todos. Martina afirmó que había honrado la memoria de Hann de la manera más perfecta. Teresa añadió que había liberado a todos del yugo de Leocadia. Pía y María Fernández recordaron el legado de Hann, su lucha por la justicia y su creencia de que la verdad siempre saldría a la luz.

En un giro adicional, Catalina regresó con pruebas devastadoras contra Leocadia, involucrándola en una red de crímenes que se extendía por toda España. La condesa no solo sería juzgada por el asesinato de Hann, sino por una lista de delitos que la mantendrían tras las rejas por décadas.

Pero quizás el acto más conmovedor fue la compasión de Curro hacia Ángela, la hija de Leocadia. A pesar de tener todas las razones para odiarla, Curro le ofreció perdón y una segunda oportunidad, demostrando la profunda lección que había aprendido de Hann: el amor y la redención son más poderosos que el odio.


El reconocimiento oficial de Curro como hijo legítimo de Alonso marcó un antes y un después en su vida y en la historia de La Promesa. La promesa de una cena conjunta, donde nobles y sirvientes compartirían mesa como una familia, selló el espíritu de unidad y esperanza que Hann siempre deseó.

La caída de Leocadia no solo significó el fin de su tiranía, sino el inicio de una nueva era para La Promesa. Una era de verdad, justicia y amor, el legado imborrable de Hann Expósito.

¿Qué pasará ahora? ¿Podrá Leocadia escapar de la justicia? ¿Qué sucederá con Ángela y su futuro en La Promesa? ¿Cómo se reconstruirá la familia Luján sin el poder financiero de la condesa? La Promesa continúa, y el drama apenas ha comenzado. Sigan atentos a nuestros próximos informes, porque la verdad, como siempre, tiene la última palabra.