LA PROMESA – ¡UN TERREMOTO REAL: Curro es PROCLAMADO BARÓN por el REY y LEOCADIA CAE de RODILLAS en un Momento Histórico!
El Palacio de La Promesa se tiñe de júbilo y humillación. El destino de nuestro joven protagonista da un giro vertiginoso, escribiendo un nuevo capítulo imborrable en la crónica de esta saga real. ¡La espera ha terminado y las consecuencias son monumentales!
La mañana en el Palacio de La Promesa amanecía como tantas otras. Un sol apacible se filtraba por los ventanales, bañando las estancias en una luz familiar mientras el personal cumplía con sus rutinas diarias, ajeno a la tormenta que estaba a punto de desatarse. El aire, denso con el aroma del café recién hecho y la cera pulida, prometía una jornada de aparente normalidad. Sin embargo, el destino, caprichoso y demoledor, había urdido una trama que estaba a punto de hacer añicos la quietud y catapultar a uno de sus habitantes hacia las alturas, mientras que a otra la sumiría en el abismo de la vergüenza pública.
La primera en percibir la anomalía fue Pía, una de las figuras más discretas pero observadoras del servicio. Desde su posición privilegiada en una de las ventanas del palacio, sus ojos habituados a la contemplación del paisaje rural se detuvieron bruscamente en un espectáculo inesperado. El galope desenfrenado de unos cascos, cada vez más cercanos, rompió la melodía matutina. Un jinete, con la urgencia pintada en el rostro y el polvo levantándose a su estela como una bandera de buenas o malas noticias, se acercaba al palacio a una velocidad que helaba la sangre. El mensaje que traía consigo no era una simple misiva, sino el precursor de un cataclismo que redefiniría el poder y la reputación dentro de los muros de La Promesa.
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El mensajero, apenas desmontando de su montura exhausta, irrumpió en el interior con una energía febril, buscando de inmediato a la figura de mayor autoridad. La tensión se palpable, flotando en el aire como una chispa a punto de encender un polvorín. Sus palabras, emitidas con una voz entrecortada por la carrera y la emoción, resonaron por los pasillos con la contundencia de un trueno: “¡Una misiva de Su Majestad el Rey!”. El murmullo inicial de curiosidad pronto se transformó en un silencio expectante y reverente. Todos los presentes, desde los duques hasta el más humilde de los lacayos, contuvieron el aliento. En ese instante, el tiempo pareció detenerse.
El contenido de la misiva real era de una trascendencia inaudita. No se trataba de un asunto menor, sino de una decisión que alteraría para siempre el curso de los acontecimientos en La Promesa. Las letras impresas en el pergamino, con el sello de la corona luciendo imponente, revelaban una verdad que muchos, quizás, habían anhelado en silencio, pero que pocos se atrevían a pronunciar en voz alta.
CURRO, EL HIJO DE LOS DESEOS OCULTOS, PROCLAMADO BARÓN.

Las palabras vibraban con una autoridad innegable. El joven Curro, cuyo linaje y futuro habían sido motivo de innumerables intrigas y debates velados, era ahora oficialmente elevado a la nobleza. El Rey, con su sabiduría y poder soberanos, había tomado una decisión irrevocable: Curro merecía un título, un reconocimiento que validara su posición y abriera ante él las puertas de un destino hasta ahora esquivo y lleno de obstáculos. Este no era solo un título nobiliario; era la validación de su sangre, la legitimación de su existencia, la recompensa a una resistencia silenciosa y, sobre todo, la anulación de las humillaciones que había soportado.
El impacto de esta noticia fue sísmico. Para Curro, fue un torrente de emociones encontradas: incredulidad, alivio, una gratitud profunda y un atisbo de la responsabilidad que ahora recaía sobre sus jóvenes hombros. La sombra de la duda, de la inferioridad, que había planeado sobre él durante tanto tiempo, comenzaba a disiparse, dando paso a una luz de esperanza cegadora.
Sin embargo, en los anales de las grandes gestas, rara vez triunfa la luz sin que la oscuridad sufra una derrota igualmente proporcional. Y en el Palacio de La Promesa, la sombra más densa y resentida, la que había orquestado innumerables artimañas para mantener a Curro en la miseria y el ostracismo, no era otra que Leocadia.

LEOCADIA, LA ARTÍFICE DE LA MALICIA, CAE DE RODILLAS ANTE LA VERDAD ABSOLUTA.
Si la proclamación de Curro fue el clímax de la gloria, la reacción de Leocadia fue el punto álgido de la humillación. La noticia de su ascenso, un golpe de gracia directo a sus planes y su ego, la alcanzó como un rayo inesperado en medio de su habitual altivez. La información llegó a sus oídos no como un susurro, sino como un estruendo ensordecedor, demolendo el castillo de ilusiones y superioridad que había construido tan cuidadosamente.
Se dice que estaba en uno de los salones principales, quizá disfrutando de un momento de aparente superioridad o planeando su próxima jugada, cuando la noticia le fue comunicada. El rostro, acostumbrado a la mueca de desdén o la sonrisa sarcástica, se transformó en una máscara de incredulidad grotesca. El color abandonó sus mejillas, dejando un tono cetrino que delataba el pánico que se apoderaba de ella.
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Ante la mirada atónita de criados y miembros de la nobleza presentes, y para el regocijo tácito de muchos que habían sido testigos de sus crueldades, Leocadia, la mujer que había dedicado sus energías a menospreciar y humillar a Curro, se tambaleó. Sus rodillas cedieron, incapaces de soportar el peso aplastante de la realidad. Cayó de rodillas, un espectáculo desolador y, para algunos, una catarsis necesaria. Era la imagen misma de la derrota, la personificación de la justicia poética en su forma más cruda y dramática. Sus manos, que antaño habían señilado con desprecio, ahora se aferraban al suelo, buscando un asidero inexistente en un mundo que se había dado la vuelta de manera irrevocable.
Este momento, grabado a fuego en la memoria de todos los presentes, no fue solo la caída de un individuo, sino la implosión de un sistema de opresión. La dignidad pisoteada de Curro, durante tanto tiempo negada, resplandecía ahora con la fuerza de un sol naciente, eclipsando por completo la figura decadente de Leocadia.
EL LEGADO DE LA PROMESA SE REESCRIBE

La proclamación de Curro como Barón no es un evento aislado. Es la culminación de meses de sufrimiento, de intrigas palaciegas, de batallas silenciosas por el reconocimiento y la verdad. Es la demostración de que, incluso en los entornos más crueles y engañosos, la valentía, la resiliencia y la justicia pueden prevalecer. La caída de Leocadia es el eco de esa victoria, el recordatorio de que las acciones, por mucho tiempo que tarden, siempre tienen consecuencias, y que la maldad, por mucho que se disfrace, está destinada a ser expuesta.
Este capítulo de La Promesa se consolida como uno de los más impactantes y significativos de su historia. La audiencia ha sido testigo de una transformación radical, de un vuelco de fortuna que ha alterado la estructura misma del poder y las relaciones dentro del palacio. La figura de Curro, ahora investido de un título que refleja su verdadera valía, se erige como un símbolo de esperanza y perseverancia. Mientras tanto, la humillación de Leocadia sirve como una advertencia sombría y un recordatorio de la fragilidad de la tiranía.
Prepárense, porque el futuro de La Promesa, ahora más que nunca, se presenta lleno de posibilidades, de nuevos desafíos y, sobre todo, de la promesa de que la justicia, aunque a veces lenta, es inquebrantable. El Rey ha hablado, y el destino de La Promesa ha sido sellado para siempre.