LA PROMESA: Un Escándalo Divino y Humano Sacude al Palacio: Lorenzo es ARRESTADO en la IGLESIA por intentar un MATRIMONIO PROHIBIDO con su HIJA
Sevilla, España – Los muros del majestuoso palacio que alberga la aclamada serie “La Promesa” han sido testigos de innumerables intrigas, pasiones y tragedias. Sin embargo, lo que la audiencia está a punto de presenciar promete superar cualquier pesadilla, cualquier relato de depravación jamás imaginado. Lorenzo de la Mata, en un descenso sin precedentes hacia la oscuridad, ha orquestado un plan tan monstruoso y retorcido que desafía no solo las leyes humanas, sino también las divinas y naturales. El escenario de esta abominación, un lugar sagrado, ha sido el epicentro de un arresto dramático que ha conmocionado a toda la corte.
La mañana que desencadenó el horror parecía tan apacible como cualquier otra en el palacio. María Fernández, la joven y diligente criada, se encontraba en los aposentos privados de Don Lorenzo para cumplir con sus tareas habituales de limpieza. Mientras ordenaba los papeles esparcidos sobre el escritorio, su atención fue captada por un sobre de elegante factura, adornado con bordes dorados. La curiosidad, esa innata compañera de la juventud, la impulsó a examinarlo más de cerca. Lo que descubrió la dejó helada: un convite de boda bellamente elaborado, con caligrafía exquisita y papel de seda. Pero la perturbación radicaba en un detalle crucial: el espacio destinado a la novia estaba deliberadamente en blanco. Solo se mencionaba una “ceremonia privada” en la capilla para esa misma tarde.
Un escalofrío recorrió la espalda de María. Algo en ese misterioso convite olía a peligro, a secretos tenebrosos. Sin perder tiempo, la criada corrió hacia la cocina, donde encontró a Simona y Candela absortas en la preparación del almuerzo. Con manos temblorosas, les mostró el enigmático documento. “¡Miren esto, lo encontré en los aposentos de Don Lorenzo!”, exclamó con voz agitada.

Los ojos de Simona se abrieron como platos. “¿Un casamiento secreto? ¿Quién es la novia?”, inquirió, aterrada. Candela, frunciendo el ceño, examinó el papel con preocupación. “¿Por qué no tiene nombre? ¿Por qué tanto secreto?”. Las tres mujeres comenzaron a especular con voces cada vez más alarmadas. ¿Sería Leocadia? Descartado. ¿Alguna noble de otra provincia? La verdad, sin embargo, era infinitamente más espantosa de lo que sus mentes podían concebir.
Mientras tanto, en otra ala del palacio, Pía Adarre, la experimentada gobernanta, notó algo que perturbó su habitual compostura. El joven Padre Samuel, normalmente sereno, caminaba por los pasillos con una expresión de profunda incomodidad. Con su agudo instinto, Pía se acercó discretamente. “Padre Samuel, perdone mi intromisión, pero lo noto preocupado. ¿Sucede algo?”.
El sacerdote se detuvo, sus ojos reflejando angustia. “Doña Pía, acabo de recibir una solicitud muy extraña. Don Lorenzo me ha pedido que prepare una bendición matrimonial urgente y confidencial para esta tarde en la capilla”. La sangre se heló en las venas de Pía. ¿Una bendición matrimonial? ¿Para quién?

“Eso es precisamente lo que me preocupa”, susurró Samuel. “Don Lorenzo dijo que era un asunto delicado que involucraba a la familia De la Mata, pero se negó a dar más detalles. Solo insistió en que debía ser esta tarde y que debía ser completamente privado”.
La alarma se desató. Una ceremonia secreta, un convite sin nombre, un sacerdote incómodo con una solicitud extraña… Todas las piezas de un rompecabezas macabro comenzaban a encajar, pero la imagen completa era de un horror indescriptible. Pía, conociendo la naturaleza manipuladora y cruel de Lorenzo, supo de inmediato que algo terrible estaba a punto de suceder. “Padre, gracias por confiar en mí. Creo que debo informar de esto al Señor Manuel inmediatamente”.
Samuel asintió con alivio. “Sí, creo que sería lo correcto. Algo en todo esto no me parece bien, doña Pía. Algo está terriblemente mal”.

Pía no perdió tiempo. Corrió hacia la biblioteca, donde encontró a Manuel revisando correspondencia. Sin preámbulos, irrumpió y cerró la puerta. “Señor Manuel, temo que algo terrible está por ocurrir. Lorenzo ha solicitado una bendición matrimonial secreta para esta tarde y el Padre Samuel está muy incómodo con la situación. Además, María Fernández encontró un convite de casamiento sin nombre de novia en los aposentos de Lorenzo”.
El rostro de Manuel se contrajo en una máscara de alarma. Una boda secreta de Lorenzo… De repente, una terrible idea cruzó su mente. “¿Ángela? ¿Dónde está Ángela?”. Pía palideció, comprendiendo la implicación. “¡Dios mío, Señor Manuel, ¿cree que la señorita Ángela está en peligro?”.
Manuel ya corría hacia la puerta. “No solo lo creo, lo sé. Lorenzo es capaz de cualquier cosa. Debemos encontrar a Curro inmediatamente y revisar los aposentos de Lorenzo. Tiene que haber pruebas de lo que está planeando”.

La urgencia se apoderó del palacio como un incendio. Manuel encontró a Curro en los jardines y, sin rodeos, le explicó la situación. El joven De la Mata sintió que todo su cuerpo se tensaba de furia y pánico. “Vamos ahora mismo a su habitación. Si ese monstruo está planeando algo que involucre a Ángela, lo detendremos. Cueste lo que cueste”.
Los dos hombres, seguidos discretamente por Pía, subieron rápidamente las escaleras y se dirigieron a los aposentos de Lorenzo. Afortunadamente, el excapitán no estaba allí. Sin perder tiempo, comenzaron a revisar cajones, baúles y escritorios. Y lo que encontraron hizo que la sangre se les helara en las venas.
Dentro de un cajón secreto del escritorio, Manuel descubrió una carpeta de cuero que contenía documentos oficiales. Al comenzar a leer, su rostro se transformó en una máscara de horror absoluto. “No puede ser. Esto es imposible”. Curro se acercó rápidamente. “¿Qué encontraste?”. Manuel le mostró los papeles con manos temblorosas. Eran certificados de nacimiento falsificados. Lorenzo había adulterado documentos oficiales para crear una identidad ficticia para Ángela. Según estos papeles, ella no era su hija, sino la hija de una familia noble distante que había muerto hace años.

Curro arrebató los documentos de las manos de Manuel, sus ojos abriéndose cada vez más con horror. “¡Ese hijo de Satanás ha falsificado toda una identidad para Ángela!”. Pía, observando desde la puerta, se acercó y su rostro se convirtió en una máscara de incredulidad. “¡Dios misericordioso! Este hombre planeó esto con meses de anticipación. No fue un impulso, fue una estrategia calculada paso a paso”.
Pero había más. Entre los papeles, se encontraron cartas de correspondencia con falsificadores de documentos en Madrid, recibos de pagos enormes por servicios ilegales que databan de hacía más de seis meses y, lo más escalofriante de todo, un cuaderno personal encuadernado en cuero negro donde Lorenzo había detallado su plan, paso a paso, con una frialdad que helaba el alma.
Manuel pasó las páginas del cuaderno, llenándose de repugnancia y furia. Curro leyó en voz alta, con voz temblorosa: “Una vez casado con ella, tendré acceso completo a la fortuna de los Figueroa, que ella heredará de su madre. Con documentos que prueban que no somos padre e hija, el matrimonio será legal ante los ojos de la ley. Nadie podrá cuestionar mi derecho a administrar esa fortuna. Los Luján finalmente pagarán por todas sus humillaciones”.

El horror era palpable. Lorenzo había planeado meticulosamente casarse con su propia hija, utilizando documentos falsos para hacerlo parecer legal. Todo con el único objetivo de controlar la fortuna que Ángela heredaría de Leocadia. Un plan tan diabólico, tan depravado, tan monstruoso que desafiaba toda comprensión humana.
Manuel y Curro se miraron, sus rostros reflejando horror y furia mezclados. “Ese monstruo no tiene límites”, susurró Curro con voz estrangulada por la ira. “Es capaz de destruir a su propia hija, de violarla emocional y legalmente, todo por ganancia y poder”.
“Vamos a esa capilla ahora”, dijo Manuel, guardando los documentos. “Si la ceremonia es esta tarde, todavía podemos llegar a tiempo para detener esta locura”.

Pía, que había estado escuchando todo con lágrimas de horror, añadió: “Señor Manuel, iré a buscar al Señor Marqués. Él debe saber lo que está sucediendo”. Manuel asintió. “Sí. Y trae a todos los que puedas. Quiero que haya testigos de lo que Lorenzo ha intentado hacer. Quiero que todo el palacio sepa qué clase de monstruo es este hombre”.
Mientras Manuel y Curro corrían hacia la capilla con los documentos comprometedores, María Fernández sintió un terrible presentimiento. Sin pensarlo dos veces, corrió hasta el despacho de Don Alonso e irrumpió sin pedir permiso. “¡Señor Marqués, perdone mi atrevimiento, pero la señorita Ángela corre grave peligro en la capilla!”. Alonso, inicialmente molesto, vio el pánico genuino en los ojos de la criada y se puso de pie de inmediato. “¿Qué estás diciendo, María? ¿Qué peligro?”. Pero no había tiempo para explicaciones. “Por favor, señor, debemos ir a la capilla ahora mismo. Don Manuel y Don Curro ya van hacia allá”.
La noticia se propagó como un reguero de pólvora. Simona, Candela y Lóez se unieron a la carrera. En cuestión de minutos, una multitud convergía hacia la capilla, todos impulsados por el mismo terrible presentimiento de que algo monstruoso estaba a punto de ocurrir.

Y allí, en la capilla mal iluminada por velas, se desarrollaba una escena sacada de las más oscuras pesadillas. Lorenzo, vestido con su uniforme militar más formal, sostenía firmemente el brazo de Ángela con un agarre que dejaba marcas. La joven, con un simple vestido blanco, parecía en trance, con una mirada vidriosa, manipulada psicológicamente durante tanto tiempo que ya no distinguía la realidad de la ficción. El Padre Samuel, frente a ellos, sostenía el libro de oraciones con manos temblorosas, sudando a pesar del frío, su rostro pálido como la cera.
“Estamos reunidos aquí ante Dios para unir a este hombre y esta mujer en santo matrimonio”, comenzó Samuel con voz temblorosa. “Si alguien presente conoce algún impedimento para que esta unión se lleve a cabo…”, pero su voz se quebró.
“Padre, yo no sé si esto está correcto”, susurró Ángela, con una voz apenas audible.

Inmediatamente, Lorenzo apretó su brazo con brutalidad, haciéndola gemir de dolor. Se inclinó hacia ella y, con voz baja y amenazante, dijo: “Silencio. Recuerda lo que hablamos. Esto salvará tu alma de la maldición. Prometiste salvar a nuestra familia”.
El Padre Samuel observó esta interacción y finalmente comprendió que estaba siendo cómplice de algo profundamente maligno. “Este no es un matrimonio bendecido por Dios. Esto es una abominación”. Soltó el libro de oraciones, que cayó al suelo con un ruido sordo. “Don Lorenzo, yo no puedo continuar con esta ceremonia. Hay algo muy equivocado aquí y no puedo…”.
Pero antes de que Samuel pudiera terminar su negativa, las puertas de madera de la capilla explotaron hacia adentro con un estruendo que hizo temblar los vitrales. Manuel y Curro entraron como una tormenta de furia justa. “¡Pare esta ceremonia inmediatamente!”, gritó Manuel, su voz resonando con una autoridad que no admitía desobediencia. “Esto es una abominación y no permitiremos que continúe ni un segundo más”.

Detrás de ellos, una procesión apocalíptica se desplegó: Don Alonso, rojo de furia; Pía, con lágrimas de indignación; María Fernández, cubriéndose la boca en shock; Simona y Candela, sosteniéndose mutuamente; Lóez, con expresión de soldado preparado para la batalla. Era como si todo el palacio, todos los que habían sufrido bajo la tiranía de Lorenzo, hubieran convergido para presenciar su caída final.
Lorenzo, por un momento, pareció congelado por la sorpresa. Su plan perfecto, su ceremonia secreta, todo se desmoronaba. Pero la furia reemplazó a la sorpresa. “¡Ustedes no tienen derecho a interrumpir esto! ¡Esta es una ceremonia privada!”. Intentó arrastrar a Ángela hacia el altar, pero Curro fue más rápido.
Se interpuso entre Lorenzo y Ángela. “Acabó, Lorenzo. Tu locura termina aquí y ahora. Suelta a Ángela inmediatamente o te juro que te haré soltarla por la fuerza”. Los dos hombres se enfrentaron, y en los ojos de Curro había un odio tan puro que Lorenzo retrocedió involuntariamente.

Fue entonces cuando Ángela, finalmente liberada del control psicológico, cayó de rodillas en el suelo de piedra, sollozando de dolor. “Dios mío, ¿qué estaba a punto de hacer? ¿Qué estaba a punto de hacer?”. Miró a Lorenzo con horror y comprensión. “Padre, ¿qué intentaste hacerme? Dijiste que era un ritual sagrado. Dijiste que salvaría mi alma”.
El Padre Samuel, aún pálido, soltó el libro de oraciones. Don Alonso se adelantó, su voz temblando de furia. “¿Estás diciendo? ¿Estás admitiendo que planeabas casarte con tu propia hija? ¿Por dinero? ¿Por poder? ¿Qué clase de monstruo eres?”.
Lorenzo rio, una risa maníaca y desprovista de cordura. “¡Monstruo, yo soy un genio! ¡Documentos falsos, identidades creadas, todo perfectamente planeado! Nadie jamás habría sabido la verdad”.

Manuel sacó los documentos que habían encontrado y los arrojó a los pies de Lorenzo. “¿Te refieres a estos documentos falsificados? ¿A esta correspondencia con criminales? A este cuaderno donde detallas tu plan diabólico paso a paso… ¡Lo encontramos todo, Lorenzo! Toda la evidencia de tu crimen está aquí”.
Curro, con lágrimas de rabia y asco, gritó: “¡Tú no eres mi padre! ¡Tú nunca serás nada más que un criminal enfermo y retorcido! ¡Ibas a destruir a Ángela de la manera más horrible e imaginable!”.
Justo en ese momento de máxima tensión, una figura apareció en la entrada de la capilla. Petra Arcos entró con paso firme, cargando una caja de documentos. “Perdonen la interrupción”, dijo con voz clara y un brillo de satisfacción vengativa en sus ojos. “Pero creo que esto esclarecerá cualquier duda que pueda quedar sobre las intenciones de Lorenzo”. Colocó la caja sobre un banco. “Encontré esto escondido en los antiguos aposentos que Lorenzo ocupaba. Son documentos que detallan cada paso de su plan macabro”.

Don Alonso revisó el contenido de la caja, cada papel más incriminatorio que el anterior. Certificados falsos, correspondencia con abogados corruptos, un diario personal donde Lorenzo había documentado fríamente cada fase de su plan. Manuel leyó fragmentos del diario, su voz temblando de asco: “Día 47. Ángela finalmente acepta que… Excelente progreso. Día 89. Le he sugerido que un matrimonio espiritual podría ser la solución. Todavía resiste, pero está debilitándose. Día 134. Ha aceptado la ceremonia. Los documentos falsos están listos. En dos semanas la fortuna será mía”.
El Padre Samuel cayó de rodillas, rezando fervientemente. Ángela, aún en el suelo, sollozaba inconsolablemente. Lorenzo, viendo toda la evidencia de su crimen expuesta, simplemente se quedó allí, su expresión oscilando entre la locura y el desafío.
Don Alonso levantó la vista del diario, su mirada de absoluto repudio. “Lorenzo de la Mata, has cometido no solo un crimen contra las leyes de los hombres, sino un pecado mortal contra las leyes de Dios. Has intentado cometer incesto bajo el disfraz de legalidad. Has falsificado documentos oficiales. Has manipulado psicológicamente a tu propia hija. Has intentado cometer fraude para robar una fortuna. Y lo has hecho todo con una frialdad y premeditación que demuestra que no eres un hombre, eres un demonio”.

En ese preciso instante, las campanas del palacio comenzaron a sonar. No era un repique alegre, sino un toque grave y solemne que anunciaba la llegada de autoridades. Pía, con presteza, había enviado un mensajero a la Guardia Civil. El Capitán Mendoza, acompañado de tres guardias, entró en la capilla.
“¿Alguien puede explicarme qué está sucediendo aquí?”, preguntó Mendoza, su rostro endureciéndose al ver la escena.
Don Alonso se adelantó. “Capitán Mendoza, Lorenzo de la Mata acaba de confesar e intentar cometer uno de los crímenes más atroces imaginables. Ha intentado casarse con su propia hija usando documentos falsificados. Toda la evidencia está aquí”. Le entregó las cajas de documentos.

Mendoza revisó los papeles con expresión sombría. Levantó la vista hacia Lorenzo y su voz fue dura como el acero. “Capitán Lorenzo de la Mata, en nombre de su majestad el Rey y bajo la autoridad de la Guardia Civil de España, queda arrestado por los siguientes cargos: tentativa de incesto, falsificación de documentos oficiales, coacción, manipulación psicológica, fraude y atentado contra la moral pública. ¡Espósenlo!”.
Los guardias se adelantaron y tomaron a Lorenzo por los brazos. Incluso mientras las esposas de metal se cerraban alrededor de sus muñecas, Lorenzo seguía gritando con voz maníaca: “¡Ustedes van a arrepentirse! ¡Yo tenía un plan perfecto! ¡Perfecto! Habría funcionado si ustedes no hubieran interferido. Los De la Mata habrían vuelto a la gloria. Yo habría sido más poderoso que todos los Luján juntos”.
Curro se acercó a Lorenzo esposado y lo miró fijamente. “El único arrepentimiento aquí, Lorenzo, es que no te detuvimos antes de que pudieras hacer tanto daño. Pero se acabó. Tu reinado de terror terminó”.

Mientras los guardias arrastraban a Lorenzo fuera de la capilla, Ángela, aún consolada por María y Simona, sollozaba: “Él me decía todos los días que yo estaba que había traído desgracia a la familia, que solo este ritual sagrado podría salvar mi alma. Me lo repetía una y otra vez hasta que comencé a creerlo. ¿Cómo pude ser tan ciega?”.
Curro se arrodilló junto a ella. “Tú fuiste víctima, Ángela. Así como yo fui víctima de él durante años. Lorenzo es un maestro de la manipulación. Sabe exactamente cómo quebrar el espíritu de las personas. Pero ahora, ahora ambos estamos libres. Él nunca podrá hacernos daño de nuevo”.
Ángela lo miró con ojos llenos de lágrimas y esperanza. “¿De verdad estamos libres?”. Curro la abrazó con fuerza. “Sí, mi amor, de verdad estamos libres”.

Lorenzo era arrastrado por el pasillo, su voz resonando por todos los corredores: “¡Esto no ha terminado! ¡Los De la Mata tendrán su venganza! ¡Cuando salga de la cárcel, todos ustedes pagarán! ¡Todos!”. Sus amenazas sonaban huecas, las palabras desesperadas de un hombre que había perdido absolutamente todo.
Cuando desapareció por la puerta principal del palacio, un suspiro colectivo de alivio pareció recorrer toda la propiedad. El monstruo había sido capturado. La pesadilla había terminado, o al menos una de las pesadillas.
En la capilla, Don Alonso convocó una reunión inmediata en el salón principal. Mientras Simona y Candela servían té calmante, Lóez montaba guardia. “Lorenzo de la Mata está oficialmente desterrado para siempre de esta casa y de estas tierras”, declaró Alonso con voz grave y solemne. “Su nombre será borrado de cualquier documento relacionado con los Luján. Será juzgado por sus crímenes y yo personalmente me aseguraré de que reciba el castigo máximo que la ley permite. Lo que intentó hacer hoy no solo fue un crimen legal, fue un pecado contra la humanidad misma”.

Pía abrazó a Ángela. “Querida, a partir de ahora estarás bajo mi protección personal. Nadie volverá a hacerte daño, te lo prometo”. Manuel puso una mano en el hombro de Curro. “Hermano, hoy salvaste a Ángela de un destino peor que la muerte. Deberías estar orgulloso”. Curro sacudió la cabeza. “No fui solo yo, fuimos todos nosotros trabajando juntos. María, Petra… fue el esfuerzo de todos”. Alonso asintió. “Así es como debe ser. Una familia, una comunidad, protegiéndose mutuamente contra el mal”.
Pero cuando todos intentaban encontrar algo de paz, un lacayo entró con una carta urgente. Era el sello de los Figueroa. Una carta de Leocadia. El rostro de Alonso se oscureció. Rompió el sello y desdobló el papel.
“Estimado marqués de Luján”, leyó en voz alta, su voz teñida de sombría resignación. “Me he enterado por mis fuentes del desafortunado incidente con Lorenzo de la Mata. Qué lástima que su plan haya fracasado. Lorenzo siempre fue demasiado impulsivo, demasiado obvio en sus métodos. Pero no se preocupen, queridos habitantes de La Promesa, yo tengo otros planes para recuperar lo que es mío. Planes mucho más sutiles, mucho más efectivos. Mi hija me pertenece, la fortuna de mi familia me pertenece y ningún Luján, ningún sirviente leal, ninguna alianza que formen podrá detenerme. Pronto regresaré y cuando lo haga todos ustedes aprenderán que la verdadera guerra no ha hecho más que comenzar. Con mis mejores deseos, Condesa Leocadia de Figueroa”.

El silencio que siguió fue pesado como el plomo. Manuel habló primero: “Está amenazándonos abiertamente. Está declarando guerra”. Curro abrazó a Ángela. “Que venga. Esta vez estaremos preparados”.
Sin embargo, no podían ignorar el escalofrío colectivo. Sabían que Leocadia no hacía amenazas vacías. Si decía que volvería más fuerte, entonces volvería. Y la guerra que se avecinaba sería mucho más peligrosa. Porque mientras Lorenzo era un monstruo impulsivo, Leocadia era algo mucho más aterrador: paciente, calculadora, absolutamente despiadada. Y ahora, con Lorenzo capturado, Leocadia no tendría que compartir su venganza. Ella sola contra todos ellos.
Esa noche, mientras el palacio intentaba volver a la normalidad, Ángela, cuidada por María y Pía, se sentía rodeada por quienes genuinamente se preocupaban por ella. Curro estaba a su lado. “¿Cómo te sientes?”, preguntó. Ángela lo miró con ojos aún rojos. “Siento como si hubiera despertado de una pesadilla larga y horrible, pero ahora temo que la pesadilla no haya terminado realmente”.

“Tú ya eres libre”, le aseguró Curro. “Lorenzo está en prisión y nunca saldrá. Leocadia puede amenazar todo lo que quiera, pero ahora sabemos lo que es capaz de hacer y estaremos preparados. Y lo más importante, tú no estás sola. Me tienes a mí, tienes a Manuel, tienes a Don Alonso… Todos en este palacio te protegerán. Somos tu familia ahora, tu verdadera familia”.
Mientras tanto, en su exilio, Leocadia escribía furiosamente en un cuaderno a la luz de una vela. “Lorenzo fracasó porque fue demasiado directo”, murmuró para sí misma. “Yo soy más inteligente que eso. El verdadero poder no se toma, se cultiva, se manipula, se construye lentamente”. Escribió: “Fase uno, infiltración. Fase dos, desestabilización. Fase tres, conquista”. Miró el papel con satisfacción. Pronto regresaría a La Promesa, no como invitada, sino como conquistadora. Y todos se inclinarían ante ella o serían destruidos.
La vela parpadeó, proyectando sombras danzantes en su rostro, haciendo que sus ojos brillaran con una luz casi demoníaca. La batalla por el alma de La Promesa acababa de comenzar, y Leocadia de Figueroa era un enemigo mucho más peligroso, calculador y aterrador que Lorenzo jamás pudo haber sido. La era de la seducción y la manipulación estaba a punto de dar paso a una guerra abierta, y la calma que seguía a la tormenta del arresto de Lorenzo era solo el preludio de una batalla aún mayor.