ÁNGELA SUPLICA A LORENZO… ¡LA REACCIÓN DE LEOCADIA TE DEJARÁ SIN PALABRAS! – LA PROMESA AVANCES
El aire en el Palacio de Luján está cargado de una tensión casi palpable. Un laberinto de secretos mortales, pasiones prohibidas y compromisos que amenazan con convertirse en pesadillas se cierne sobre sus ilustres muros. En el epicentro de este torbellino emocional se encuentra un triángulo amoroso que está a punto de explotar, una boda que podría ser la consumación de un gran amor o el preludio de una tragedia inimaginable, y una verdad oculta que, de ser revelada, desataría el caos absoluto.
Mientras el joven y apasionado Curro se debate entre la lealtad familiar y el amor que siente por una mujer que no es su prometida, su desesperación por impedir la unión entre su padrastro, el enigmático Lorenzo, y la dama de sus sueños, lo empuja hacia decisiones radicales. Pero bajo la superficie serena de la elegancia y la alta sociedad, se esconde un secreto tan oscuro como peligroso. Leocadia, la matriarca de la familia, cuyo nombre resuena con autoridad y respeto, oculta un pasado que podría destrozar su reputación y, con ella, la de toda Luján. Si su secreto mortal saliera a la luz, todo el mundo sabría que Leocadia es, en verdad, una asesina.
Paralelamente, las vidas de Ángela y Lorenzo se han entrelazado en un compromiso que, a pesar de la pompa y la circunstancia, se siente como una jaula dorada. Atrapados en las redes de las convenciones sociales y las expectativas familiares, buscan una salida, una grieta en el muro de sus obligaciones que les permita respirar. Pero lo que nadie sospecha, lo que se gesta en las sombras del palacio, es otra traición, un juego de poder y engaño que podría tener el potencial de arruinarlo todo, desmoronando las vidas de todos los involucrados. En este escenario de intrigas, ¿quién logrará sobrevivir a los engaños, las pasiones prohibidas y los planes mortales? Y, sobre todo, ¿logrará Curro llevar a cabo su desesperado plan de acabar con Lorenzo, o el destino, con sus giros inesperados, tiene otros planes para ellos? Manténganse atentos, porque lo que está a punto de suceder en La Promesa es algo que nadie, absolutamente nadie, podría imaginar.
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La rutina matutina en el Palacio de Luján se desarrollaba con la habitual precisión milimétrica, especialmente para María Fernández, cuya diligencia era tan legendaria como las porcelanas antiguas que portaba en su bandeja. Cada taza, cada plato, una reliquia de generaciones, valía más que el salario mensual de la mayoría de los sirvientes. María se movía con una cautela casi ceremonial, cada paso medido, cada músculo tenso, consciente del peso de su responsabilidad. Pero hoy, el curso de la normalidad se desvía drásticamente.
Sentada a la cabecera de la mesa, con una aura de frialdad que la caracterizaba, Leocadia de Figueroa estaba a punto de orquestar un incidente que resonaría mucho más allá de un simple accidente. Con un deslizamiento de codo, preciso como un bisturí, golpeó la bandeja. El estruendo de las tazas de porcelana al estrellarse contra el suelo fue devastador, un eco de fragilidad que quebró el silencio. El café se derramó, tiñendo el suelo, mientras los fragmentos de porcelana, testigos mudos de la opulencia, se esparcían como esquirlas de una batalla.
María, paralizada por el terror, apenas podía articular una disculpa, pero Leocadia no la escuchaba. Su voz, gélida y cortante, pronunció las palabras que sellarían el destino de la joven sirvienta: “La culpa no fue un accidente, fue negligencia criminal”. Mientras María recogía con manos sangrantes los pedazos de lo que fue, las palabras de la noble caían como piedras sobre su alma, imponiéndole la obligación de pagar por cada taza, cada plato, cada fragmento de esa costosa destrucción. Y así, un día que prometía ser ordinario, se transformó en el catalizador de años de abusos, atropellos y una crueldad sistemática que finalmente estalló a la vista de todos.

Fue en ese instante, en medio de la devastación y la humillación, que algo se encendió en el corazón de los sirvientes. Las palabras de Pía, la indómita y firme gobernanta, resonaron como un tambor de guerra, un llamado a la acción que no podía ser ignorado: “Esto no puede continuar. Es hora de hablar. Es hora de actuar.” Las cocinas, antes espacios de servicio, se llenaron de una tensión eléctrica, de una rabia contenida y de una conciencia que había sido suprimida durante demasiado tiempo. Por primera vez, cada sirviente sintió el poder de su propia voz, la urgencia de ser escuchado. Una llamada silenciosa pero poderosa se propagó por los pasillos del palacio, un pacto tácito. La Promesa se había hecho: la promesa de no permanecer más en silencio, de no doblarse ante la arrogancia.
Cuando el sol se despidió, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras, el Palacio de Luján vibraba con una energía inédita. De todos los rincones, desde los más jóvenes aprendices hasta los sirvientes más veteranos, desde los camareros que servían las mesas hasta los jardineros que cuidaban los extensos terrenos, todos convergieron en la cocina. Un espectáculo nunca antes visto: más de veinte almas unidas por un propósito común, listas para alzar su voz contra la tiranía de Leocadia. Tea, secundada por Simone y Salvador, tomó la palabra con una firmeza inquebrantable, declarando que las humillaciones habían llegado a su fin. “Somos personas, no objetos”, sentenció, y cada palabra era un golpe certero, cada mirada, un mensaje claro. La Promesa era real, y nadie la traicionaría.
Los testimonios comenzaron a fluir como una marea impetuosa, cada historia una pieza del rompecabezas del sufrimiento. López relató la amarga experiencia de ser falsamente acusado de robo. Vera compartió el dolor de tener que renunciar a un amor para proteger a la persona que amaba. Candela, normalmente la viva imagen de la alegría, describió cómo Leocadia la humilló cruelmente frente a los invitados, reduciendo horas de trabajo meticuloso a un fracaso espectacular. Cada relato era una astilla de verdad que se clavaba en la conciencia de los presentes, erosionando la fachada de perfección del palacio.

Incluso Petra, históricamente una aliada leal de Leocadia, se levantó temblando, confesando que su colaboración había sido solo una estrategia para descubrir la verdad, y que la noble no tenía aliados, solo víctimas temporales. En medio de este relato tan intenso, permitimos una breve pausa para invitarles a unirse a esta revolución. Si ustedes también están cansados de permanecer en silencio ante la injusticia, suscríbanse al canal y activen la campanita. Lo que está por suceder en este palacio es un espectáculo que no pueden permitirse perder. Cada frase, cada detalle, cada gesto será crucial para desentrañar la evolución de La Promesa.
La noche avanzaba, y con ella, la tensión crecía. Cuando las campanas de la iglesia anunciaron las once, la cocina se convirtió en el escenario de un acto revolucionario. Todos los sirvientes presentes comprendieron que era el momento de la verdad: o se unían, o caían uno a uno bajo el peso de la crueldad. Pía propuso una estrategia audaz: una petición firmada por todos, solicitando a Don Alonso, el marqués, que interviniera y expulsara a Leocadia del Palacio. Y si Don Alonso no actuaba, entonces la huelga sería total. Unidos. Nada volvería a ser como antes.
Al día siguiente, una delegación del personal se presentó ante el marqués, portando el documento cuidadosamente elaborado. Cada palabra había sido elegida con precisión, cada abuso registrado, cada testigo citado. El rostro de Don Alonso cambió drásticamente, pasando de la confusión al shock, de la incredulidad al horror. La magnitud del dolor, la injusticia y la crueldad sistemática que emergían de los testimonios era abrumadora. Cada línea documentaba años de abusos, y al final, 22 firmas rubricaban el documento, representando a prácticamente todo el personal del palacio. Salvador, con la dignidad de quien ha servido durante décadas, confirmó la veracidad de cada palabra. No había dudas: la crueldad de Leocadia ya no podía ser ignorada.
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La propia Leocadia, convocada para recibir el documento, lo hizo con desprecio. Pero a medida que leía, su rostro reflejó incredulidad, rabia y, por un instante fugaz, un atisbo de miedo. No estaba acostumbrada a enfrentarse a las consecuencias de sus acciones. Don Alonso, con voz firme, anunció que habría una presentación pública de los testimonios en presencia de la familia y de todos los sirvientes que desearan hablar. Cada palabra, cada gesto, cada lágrima sería observada y evaluada. Leocadia protestó indignada, pero la decisión era irrevocable. El tiempo de la tolerancia había terminado.
Llegó el día decisivo, y el salón principal del palacio se transformó en un improvisado tribunal. Las sillas de los nobles se convirtieron en estrados de jueces, mientras los sirvientes, de pie, formaban un semicírculo. Cada rostro estaba tenso, cada respiración contenida. María, con las cicatrices aún visibles en sus manos, fue la primera en testificar, describiendo con detalle la caída de las tazas, el dolor, el miedo, la humillación. López, Vera, Candela, cada testigo aportó su historia, tejiendo un mosaico de sufrimiento que ya no podía ser negado. Petra confesó, Simona observaba con orgullo, y Pía guiaba con firmeza. La Promesa se había hecho realidad; el silencio se había roto. La verdad, ahora expuesta, no podía ser ignorada.
Don Alonso escuchaba, tomaba notas, observaba cada reacción. Leocadia estaba bajo asedio, obligada a confrontar las consecuencias de sus actos por primera vez en su vida. El palacio, testigo de décadas de injusticias, estaba cambiando ante los ojos de todos. Los sirvientes habían recuperado su dignidad, su unidad y su valor. Pero el final, queridos amigos, aún está por escribirse. Porque en un palacio donde la tradición choca con la crueldad, la venganza, el poder y el miedo se entrelazan, nadie puede predecir lo que sucederá mañana. Una cosa es segura: La Promesa ha sido hecha, y quienes la pronunciaron no darán marcha atrás.

El Palacio de Luján ya no será el mismo. ¿Y ustedes están listos para descubrir quién ganará? ¿Quién caerá y qué secretos ocultos emergerán todavía de sus muros? El telón está a punto de levantarse.