ADIÓS SAN JACOBO: SE ACABÓ EL CUENTO || CRÓNICAS de LaPromesa series
La atmósfera en el Palacio de La Promesa se ha vuelto gélida, y no por las inclemencias del tiempo, sino por la tormenta emocional que azota la relación entre Martina de Luján y Jacobo Montecaro. Lo que prometía ser el idilio de la temporada, se ha convertido en un campo de batalla donde el amor se desmorona bajo el peso de los celos, la manipulación y la cruda realidad. El inevitable final se cierne sobre esta pareja, y la frase que resuena en los pasillos y en el corazón de muchos espectadores es inequívoca: “Se acabó”.
En un giro dramático que ha dejado a la audiencia sin aliento, la reciente tensión entre Martina y Jacobo ha alcanzado un punto de no retorno. Los avances proporcionados por Televisión Española no dejan lugar a dudas: la joven Luján está despertando de un sueño envenenado, y la figura de San Jacobo, lejos de ser el príncipe azul prometido, se revela como un obstáculo insalvable para su felicidad.
La canción de la legendaria María Jiménez, con su desgarrador grito de “Se acabó”, se ha convertido en el himno no oficial de esta desventura amorosa. Porque, admitámoslo, la relación de Martina y Jacobo ha sido un telón de fondo de control, celos enfermizos y humillaciones públicas. Meses hemos sido testigos de cómo Jacobo, bajo el disfraz de la preocupación, ha ejercido un dominio asfixiante sobre su prometida. Sus acciones, lejos de reflejar amor, emanan un profundo orgullo, ego desmedido y unos celos que lo ciegan ante la autenticidad de los sentimientos de Martina.
![]()
Este “San Jacobo”, como muchos lo llaman con un deje de ironía, ha demostrado una alarmante incapacidad para proteger y valorar a la mujer con la que dice querer compartir su vida. En lugar de la delicadeza y la confidencialidad que caracterizan a un hombre enamorado, Jacobo ha optado por la exposición pública, desmantelando la imagen de Martina ante su propia familia. El episodio de las cartas falsas, en el que él mismo las desacreditó delante de todos, dejó a Martina en una posición de niña irresponsable y la ofendió gravemente. Esto, queridos aficionados a La Promesa, no es amor. Es un juego de poder disfrazado de decencia.
Pero la raíz de este conflicto se hunde más allá de las recientes humillaciones. Martina, como una “gata flora”, ha tenido una tendencia a buscar refugio emocional tras cada desamor. Tras la dolorosa ruptura con Curro, y huyendo del dolor de ese desengaño, se aferró a la ilusión que Jacobo representaba. Fue un refugio rápido, un intento desesperado por llenar un vacío, sin darse tiempo para sanar ni para evaluar verdaderamente la compatibilidad de la pareja.
Jacobo entró en escena como el caballero perfecto, apareciendo en las fiestas a las que Martina acudía en busca de evasión. Su encuentro, en medio de una época de ocio aristocrático en el norte de España, fue vertiginoso. De la noche a la mañana, se plantó en La Promesa como su prometido, una irrupción que, retrospectivamente, parece más una conquista que un cortejo. Y desde entonces, Jacobo se ha instalado en la casa, consumiendo recursos y, lo que es más importante, el afecto y la paciencia de Martina.

La pregunta que resuena ahora es si el amor que alguna vez existió entre ellos persiste. Jacobo lo verbaliza con una seguridad que raya en la obstinación, mientras que Martina lo esquiva con creciente incomodidad. Los espectadores, con una perspectiva más clara, ven la dura verdad: ese amor se está apagando, poco a poco, pero de forma irreversible.
La proximidad de Martina con Adriano, especialmente en el cuidado de los bebés, se ha convertido en un nuevo catalizador para la furia de Jacobo. Cuando los pequeños enferman, impidiendo la partida de Martina a Sevilla, el pretexto perfecto para un distanciamiento temporal, Jacobo vuelve a estallar. La preocupación de Martina por los bebés, su instinto maternal, la acerca más a Adriano que a su propio prometido, una situación que aviva las llamas del celo en Jacobo y añade otra carga más a la paciencia de Martina.
Pero hay una figura clave que aún no ha pisado La Promesa, pero cuya llegada se espera con expectación: Margarita Yopis, la madre de Martina. Si Margarita, con su experiencia en compromisos tóxicos, como el que vivió con el Conde de Ayala, tuviera la oportunidad de observar de cerca a Jacobo, sin duda alguna su radar de madre se activaría. Ella reconocería, a kilómetros de distancia, las señales de alarma: un hombre celoso, un prometido controlador y alguien que públicamente humilla a su hija. Jacobo no pasaría el filtro de Margarita ni por un minuto. La pregunta que atormenta a los fans es: ¿cuándo llegará Margarita y pondrá en su sitio a este impostor?

Aunque las grabaciones de Margarita Yopis se han llevado a cabo con antelación, su aparición en pantalla aún es un misterio. Sin embargo, se rumorea que su llegada podría estar más cerca de lo que pensamos. Las redes sociales hierven con especulaciones, y la esperanza de que Margarita ponga orden en este caos amoroso es palpable.
Por ahora, el futuro de Martina y Jacobo en La Promesa pende de un hilo muy fino. El cuento de hadas se ha desmoronado, revelando una realidad dura y dolorosa. Martina está despertando a la necesidad de respirar por sí misma, de no vivir de remedios emocionales ni de ilusiones fugaces. Y mientras el palacio de La Promesa se prepara para nuevos giros argumentales, una cosa es cierta: el capítulo de Jacobo en la vida de Martina está llegando a su dramático desenlace. “Se acabó” es la consigna, y el adiós a San Jacobo se perfila como un alivio necesario.