La Hacienda de La Promesa se viste de luto y esperanza: un al amanecer decidirá el destino, y un secreto a voces cambiará el curso de la venganza.
¡Prepárense, devotos seguidores de La Promesa, para ser testigos de un capítulo que resonará en la historia de esta aclamada producción! Lo que se avecina no es solo un punto de inflexión, sino una catarsis emocional que alterará para siempre el tejido mismo de las vidas de nuestros adorados personajes, de maneras que ni los más osados guionistas podrían haber predicho. Un duelo a muerte convocado bajo los primeros rayos del alba, donde dos hombres consumidos por un odio visceral se enfrentarán, no solo por sus propias vidas, sino por el futuro de una familia entera que pende de un hilo tan delgado como la propia cordura. Y justo en el clímax de la inevitable tragedia, cuando las balas mortales parecían destinadas a silenciar para siempre a uno de ellos, una confesión desgarradora, nacida de la desesperación más pura, detendrá el tiempo y la muerte misma. Un bebé aún no nacido, un milagro frágil, que actuará como un escudo viviente, alterando drásticamente el curso de esta saga de venganza y dolor. Y en el corazón de esta tormenta, una figura materna, antaño villana, se eleva hacia el sacrificio más inesperado y conmovedor, impulsada por un amor verdadero y feroz por su hija.
Aferren sus asientos, queridos espectadores, porque lo que están a punto de leer los dejará sin aliento, con el corazón latiendo a un ritmo frenético. Esta es la crónica épica de cómo el amor más puro puede erigirse como un muro infranqueable ante la propia muerte, cómo un alma inocente aún por nacer puede reescribir los designios de la venganza más cruel, y cómo, incluso en las sombras más densas de las almas perdidas, puede florecer la redención a través del instinto maternal. La Promesa jamás volverá a ser la misma tras este episodio trascendental.
Pero antes de sumergirnos de lleno en los acontecimientos que marcarán un antes y un después irreversible, permitidnos un breve recordatorio del contexto crucial que pone en juego tanto amor y tanta tragedia. Lorenzo de la Mata, ese hombre despojado de escrúpulos y moralidad, ha tejido una telaraña de chantaje tan perfecta que parece inexpugnable. Posee evidencia irrefutable de los crímenes más atroces cometidos por Leocadia: los asesinatos de Dolores Expósito, la madre de Curro, y de Hann Expósito, quien valientemente intentó hacer justicia. Documentos originales, cartas incriminatorias, testimonios que podrían enviar a Leocadia directamente a la horca, sin la más mínima posibilidad de salvación. Y con la espada de Damocles pendiendo peligrosamente sobre la cabeza de su madre, Ángela se ha visto obligada a aceptar un compromiso que la destaza por dentro, día tras día, con una agonía silenciosa.

Todo se desencadena durante una cena familiar en el majestuoso comedor del palacio de La Promesa. A primera vista, una velada aparentemente normal, pero impregnada de una tensión casi insoportable. Las velas de los candelabros de plata proyectan sombras danzantes y espectrales sobre los rostros crispados de los comensales. La atmósfera es tan densa que podría cortarse con un cuchillo. Don Alonso preside la mesa con su habitual dignidad aristocrática, pero incluso su compostura se ve ligeramente amenazada por la preocupación que nubla sus ojos. A su derecha, Manuel, su primogénito, observa atentamente cada gesto, cada mirada furtiva, cada respiración contenida. Puede sentir en sus entrañas que algo terrible está a punto de desatarse.
Los criados sirven la cena en un silencio sepulcral. María Fernández intercambia miradas de profunda inquietud con Pía mientras colocan los platos. En la cocina, Simona y Candela han preparado un festín digno de reyes, pero el apetito parece haber abandonado a todos esta noche. Una tormenta se cierne sobre ellos, un presagio de tragedia que flota en el aire como un miasma venenoso.
Y entonces, como si la mismísima encarnación del mal hiciera su entrada triunfal, aparece Lorenzo de la Mata. Irrumpe en el comedor con la arrogancia y prepotencia de quien sabe, con absoluta certeza, que ostenta el control absoluto de la situación. Sus pasos resuenan en el mármol como tambores de guerra. No llega como un simple invitado a la cena familiar; no. Llega como el prometido oficial de Ángela de Figueroa, exhibiendo ese título como si fuera una medalla de guerra ganada en el campo de batalla. Un compromiso que todos en esa mesa saben que es una farsa cruel, un chantaje despiadado y vil que mantiene a Ángela prisionera de las amenazas de este hombre sin piedad.

Lorenzo descubrió los crímenes abominables de Leocadia semanas atrás. No fue un hallazgo casual, sino el resultado de una investigación meticulosa y obsesiva. Meses había pasado recopilando información, sobornando testigos, desenterrando secretos enterrados hasta el último rincón. Y finalmente, lo logró. Posee pruebas irrefutables: documentos originales con la caligrafía de Leocadia, testimonios firmados ante notario, correspondencia incriminatoria que podrían enviar a la madre de Ángela directamente a la horca, sin la más mínima posibilidad de clemencia. Cartas donde Leocadia detalla cómo envenenó a Dolores Expósito, la madre de Curro. Testimonios de cómplices arrepentidos que confirman el asesinato de Hann. Registros bancarios de sobornos y extorsiones. Todo un arsenal de evidencia que Lorenzo atesora como su tesoro más preciado. Y con esa información letal, ha tejido la red perfecta, la trampa de la que es imposible escapar, para atrapar a la mujer que desea con una obsesión enfermiza.
“Cásate conmigo o tu madre morirá colgada en la plaza pública”, le espetó a Ángela con frialdad calculada hace exactamente un mes, mostrándole cada documento, cada prueba, saboreando el horror creciente en sus hermosos ojos. “Tienes 48 horas para decidir. Mi esposa o huérfana de una criminal ejecutada.” Y Ángela, destrozada, desesperada por proteger a su madre, a pesar de todos sus crímenes, aceptó el compromiso más doloroso y cruel de su vida. Un compromiso que la alejará para siempre del hombre que verdaderamente ama con cada fibra de su ser: Curro.
La tensión en el comedor es casi insoportable. Los cubiertos de plata tintinean contra la porcelana fina mientras todos intentan mantener una fachada de normalidad. Pero es imposible. El aire está cargado de electricidad, como los momentos previos a una tormenta devastadora. Ángela apenas ha tocado su comida, moviendo mecánicamente los alimentos en su plato mientras lucha por contener las lágrimas que amenazan con desbordarse.

Durante la cena, Lorenzo observa con ojos de halcón cada mirada furtiva entre Curro y Ángela. No se le escapa nada. Ve cómo los ojos de Curro buscan desesperadamente los de Ángela. Ve cómo ella levanta la vista por un instante, sus miradas se encuentran y es como si mil palabras de amor se dijeran en ese instante silencioso. Son miradas cargadas de un amor imposible, de un dolor profundo que desgarra el alma, de un anhelo desesperado que consume como fuego. Cada vez que sus ojos se cruzan, es como si el mundo entero desapareciera y solo existieran ellos dos, unidos por un amor que trasciende todas las barreras, pero que está condenado por las circunstancias más crueles.
Pero Lorenzo lo ve todo, lo siente todo, y los celos lo consumen como fuego del infierno ardiente. Sus manos aprietan los cubiertos con tal fuerza que sus nudillos se ponen blancos. Una vena palpita peligrosamente en su sien. Ha esperado este momento. Ha planeado cada palabra, cada gesto. Decide que es el momento perfecto para humillar públicamente a su rival, para establecer su dominio de la manera más cruel y despiadada posible, para destrozar a Curro frente a todos.
“Curro,” dice Lorenzo con voz melosa, pero cargada de veneno puro, mientras corta su carne con precisión quirúrgica. Cada movimiento calculado para parecer casual. El sonido del cuchillo contra el plato resuena en el silencio tenso. “Debes estar absolutamente emocionado, extasiado, diría yo, por mi próxima boda con la hermosa Ángela. Será el evento social del año en toda España. Por supuesto, he invitado a la crema inata de la sociedad madrileña. Duques, marqueses, incluso algunos miembros de la familia real han confirmado su asistencia.”

Curro se tensa visiblemente, cada músculo de su cuerpo contrayéndose como un resorte a punto de saltar. Sus dedos aprietan el tenedor con tal fuerza que sus nudillos se ponen blancos como el marfil pulido. Su mandíbula está apretada, una vena palpita en su cuello, pero no responde. No todavía. Mantiene la compostura con un esfuerzo sobrehumano que le cuesta cada gramo de su voluntad.
Lorenzo continúa saboreando cada palabra como si fuera el vino más fino, deleitándose en el sufrimiento que está causando. “Por supuesto, entiendo perfectamente que debe ser difícil para ti, devastador, diría yo. Ver a la mujer que amas desesperadamente casarse con un hombre de verdad debe ser como mil puñales atravesando tu corazón. Pero así es la vida, ¿no? Los hombres superiores obtienen los mejores premios.” La crueldad en su voz es tan evidente que hasta los criados presentes intercambian miradas de horror. Pía aprieta los puños. María Fernández baja la mirada, incapaz de presenciar tanta crueldad. Simona, desde la puerta de la cocina, observa con los ojos muy abiertos.
“Un hombre con título legítimo, heredado por generaciones,” continúa Lorenzo, su voz subiendo de volumen para asegurarse de que todos escuchen cada palabra hiriente, “con fortuna propia, acumulada honestamente, no mendigada ni regalada por lástima, con linaje comprobado desde hace siglos, sangre azul que corre por mis venas. No un bastardo patético que ni siquiera sabía quién era su padre hasta hace unos meses. Un impostor que vivió toda su vida como un don nadie, un expósito sin apellido.”

Ángela interviene con desesperación evidente en su voz temblorosa. “Lorenzo, por favor, te lo ruego, esto no es necesario. Estás siendo innecesariamente cruel.” Sus ojos están brillantes con lágrimas no derramadas. Pero Lorenzo la ignora completamente, como si no hubiera hablado, como si fuera invisible. Para él, en este momento, solo existe Curro y su deseo de destruirlo. Se inclina hacia adelante sobre la mesa, mirando directamente a Curro con una sonrisa cruel y sádica que no llega a sus ojos fríos como el hielo.
“Dime, Curro, y sé honesto por una vez en tu miserable vida. ¿Cómo se siente exactamente amar perdidamente a una mujer que nunca jamás podrá ser tuya? ¿Cómo se siente saber que en pocas semanas, once días, para ser exactos, compartirá mi cama matrimonial? ¿Llevará mi ilustre apellido, me dará mis herederos legítimos, hijos con sangre noble de verdad, no la sangre sucia de un bastardo?” Es una provocación calculada con precisión matemática, diseñada específicamente para quebrar a Curro públicamente, para hacerlo perder el control delante de todos, para humillarlo de manera tan devastadora que nunca pueda recuperarse. Y funciona exactamente como Lorenzo planeó.
La sala entera contiene la respiración. Don Alonso deja su copa a medio camino de sus labios. Manuel tensa la mandíbula, listo para intervenir si es necesario. Los criados se han quedado paralizados, algunos con las bandejas todavía en las manos. Es uno de esos momentos donde el tiempo parece detenerse, donde todos saben que algo terrible e irreversible está a punto de suceder.

Curro se pone de pie bruscamente con tal violencia que su silla cae estrepitosamente contra el suelo de mármol pulido. El sonido resuena en el silencio súbito del comedor como un trueno que anuncia tormenta. Los candelabros tiemblan. Las copas de cristal vibran, produciendo un sonido agudo.
“¡Basta!”, grita con una voz que hace temblar literalmente los cristales de las copas y las ventanas. Es un grito primario, salvaje, que viene desde lo más profundo de su ser. “Ya es suficiente. No toleraré una palabra más.”
Lorenzo sonríe con satisfacción maliciosa absoluta. Ha logrado exactamente lo que quería. “Tocaste un nervio sensible. ¿Bastardo? ¿Te duele escuchar la verdad? ¿Te destruye saber que Ángela será mía en todos los sentidos mientras tú la miras desde lejos como el perro callejero que eres?”

Es la gota que colma el vaso. Curro respira profundamente, su pecho subiendo y bajando como si hubiera corrido un kilómetro. Intenta controlar la rabia volcánica que hierve dentro de él, como lava ardiente que amenaza con explotar y destruirlo todo. Sabe que Ángela está atrapada en una telaraña de chantaje cruel. Sabe que el matrimonio con Lorenzo es una condena peor que la muerte, pero también sabe con certeza absoluta que si no hace algo ahora mismo, en este preciso instante, perderá a la mujer que ama para siempre. Y eso es algo que no puede permitir.
Se produce un silencio mortal. Curro cierra los ojos por un momento y cuando los abre, hay una calma aterradora en ellos. Es la calma antes de la tormenta más devastadora. “Lorenzo de la Mata,” dice Curro con voz helada que asusta más que sus gritos anteriores. Cada palabra es pronunciada con claridad cristalina, cargada de una formalidad ancestral que todos reconocen inmediatamente. “Por la presente y delante de todos estos testigos, te desafío formalmente a duelo. Por el honor mancillado de la señorita Ángela de Figueroa, a quien mantienes prisionera mediante chantaje vil y despreciable. Por las ofensas imperdonables que has proferido contra mi persona y mi linaje. Exijo satisfacción mediante las armas, espadas. Mañana al amanecer, en el claro del bosque norte.”
El comedor se paraliza completamente. Es como si el tiempo mismo se hubiera detenido. Ángela se pone de pie con el rostro pálido como la cera, sus manos temblando visiblemente. “Curro, no, por favor, no hagas esto.”

Pero Curro continúa con la formalidad ancestral del código de honor. “Eliges el lugar, yo elijo las armas. Un solo disparo cada uno. Que Dios decida quién merece vivir.”
Lorenzo ríe. Una risa genuinamente divertida que hiela la sangre. “Me estás desafiando a duelo. Tú, un don nadie. Nadie está retando a un capitán del ejército por una mujer que es legalmente mi prometida.” Su risa se detiene abruptamente, su rostro transformándose en una máscara de odio puro. “Acepto con absoluto placer. Será enormemente satisfactorio matarte y quitarte de mi camino permanentemente.”
Don Alonso interviene horrorizado, levantándose de su asiento. “¡Esto es una locura absoluta! Los duelos están prohibidos por ley. Podríais terminar ambos en prisión o muertos.”

Pero Curro lo mira con ojos llenos de dolor y determinación inquebrantable. “Padre, perdóname, pero prefiero morir con honor intentando salvar a Ángela que vivir viendo cómo la fuerzan a casarse con este monstruo sin alma.”
Manuel intenta razonar desesperadamente. “Curro, hermano, tiene que haber otras formas. Podemos buscar evidencia contra Lorenzo. Podemos encontrar la manera de…”
Pero Curro niega con la cabeza. “Lorenzo tiene evidencia de los crímenes de Leocadia. Mientras tenga ese poder sobre ella, Ángela está atrapada como un pájaro en una jaula. La única forma de liberarla definitivamente es eliminándolo a él.”

Esa noche, cuando todos se han retirado a sus aposentos, cuando el palacio está envuelto en la oscuridad y el silencio, Ángela no puede contener más su desesperación. Corre por los pasillos como una sombra, sus pies descalzos apenas haciendo ruido sobre el frío mármol. No le importa que alguien pueda verla, no le importa el escándalo, solo necesita ver a Curro, hablar con él, hacerle entender la magnitud de lo que ha desencadenado. Entra en su habitación sin llamar, irrumpiendo como una tormenta. La puerta golpea contra la pared. Curro se gira sobresaltado, pero al verla, su expresión se suaviza inmediatamente. Ángela está desesperada, su cabello despeinado, su rostro bañado en lágrimas que corren como ríos de dolor por sus mejillas pálidas. Su camisón blanco la hace parecer un fantasma, una aparición etérea en la penumbra de la habitación.
“¿En qué estabas pensando?”, grita entre sollozos desgarradores que parten el corazón. Su voz está rota por el llanto. “¿Cómo pudiste? ¿Cómo pudiste desafiar a Lorenzo a duelo? Te va a matar. Es un soldado entrenado, un asesino. Ha matado a decenas de hombres en batalla. Y tú, tú apenas sabes sostener una espada.”
Curro se acerca a ella rápidamente, tomándola en sus brazos. Ella intenta resistirse al principio, golpeando débilmente su pecho con los puños, pero finalmente se derrumba contra él. La abraza con ternura infinita, sintiendo cómo todo su cuerpo tiembla contra el suyo, como una hoja en la tormenta. Puede sentir su corazón latiendo frenéticamente. Puede oler el miedo en ella.

“Mi amor, mi vida,” susurra contra su cabello mientras la acuna suavemente. “No podía quedarme sentado viendo cómo te obligaban a casarte con ese monstruo. No podía permitir que te llevara lejos de mí. Prefiero morir mil veces intentando salvarte que vivir una vida sin ti. Sin ti no soy nada, Ángela. Nada.”
Ángela llora contra su pecho, sus lágrimas empapando su camisa de lino. Entre sollozos entrecortados logra hablar. “Curro, mi amor, no entiendes la magnitud de esto. No comprendes lo que has desatado. Si Lorenzo muere en ese duelo, su abogado, don Esteban Villanueva, tiene instrucciones precisas, órdenes selladas de enviar toda la evidencia sobre mi madre a las autoridades inmediatamente. En el momento que Lorenzo caiga, los documentos serán enviados.”
Oh. Se separa para mirarlo directamente a los ojos. Necesita que comprenda la gravedad de la situación. Sus ojos verdes están rojos e hinchados por el llanto, pero brillan con desesperación. “Tiene cartas originales, Curro. Cartas con la letra de mi madre, donde confiesa que envenenó a Dolores, tu madre, donde detalla cómo planeó y ejecutó el asesinato de Hann. Testimonios firmados ante notario de cómplices que ya han muerto, pero cuyas declaraciones son válidas. Registros bancarios de sobornos, extorsiones, amenazas. Mi madre iría a prisión inmediatamente. Sería juzgada y ejecutada públicamente por múltiples asesinatos. La colgarían en la plaza pública como a una criminal común.”

Curro está atónito por la revelación. “¿Lorenzo tiene pruebas de todo eso?”
Ángela asiente miserablemente. “Documentos originales, testimonios firmados, correspondencia incriminatoria. Lo recopiló durante años, esperando pacientemente el momento perfecto para usarlo. Me mostró todo hace un mes y me dijo, ‘Cásate conmigo o tu madre cuelga de la horca.’ ¿Qué podía hacer? Es mi madre.”
Curro toma su rostro entre sus manos con delicadeza infinita. “Ángela, mi amor, tu madre es una asesina, merece enfrentar justicia por sus crímenes.”

Pero Ángela solloza desconsoladamente. “Lo sé, Dios, lo sé perfectamente, pero no puedo ser yo quien la envíe a la muerte. No puedo vivir con esa culpa el resto de mi vida.”
Curro la abraza mientras llora. “Entonces encontraremos otra forma. Pero no te casarás con Lorenzo. Antes muerto que permitir eso.”
Ángela lo mira con terror absoluto. “Eso es exactamente lo que temo. Que mueras en ese duelo estúpido, dejándome completamente sola en este mundo cruel.”

Mientras Curro se prepara para el duelo, practicando incansablemente su puntería en el bosque, Manuel trabaja frenéticamente buscando cualquier forma de invalidar el chantaje de Lorenzo. “Tiene que haber algo,” le dice a Pía con desesperación. “Alguna forma de destruir su poder sobre Ángela sin que Leocadia enfrente consecuencias mortales.” Pía, quien conoce los secretos más oscuros del palacio mejor que nadie, piensa cuidadosamente. “Si pudiéramos encontrar la evidencia que Lorenzo tiene y destruirla completamente…”
“¡Exactamente!”, se ilumina Manuel. “Pero, ¿dónde la guardaría un hombre tan calculador?” Interrogan discretamente a Cristóbal, el mayordomo que ha sido cómplice de Lorenzo en el pasado. Bajo presión intensa, Cristóbal finalmente revela que Lorenzo tiene todo guardado en una caja fuerte impenetrable en su habitación en Madrid y copias certificadas con su abogado don Esteban. Manuel se desespera al escuchar esto. “¡Copias! Entonces, incluso si robamos los originales…”
Mientras tanto, en el bosque, Curro practica obsesivamente su puntería. Dispara una y otra vez contra blancos improvisados. Su puntería es buena, pero no perfecta. Lóez, quien lo acompaña fielmente, pregunta preocupado, “Don Curro, ¿realmente va a hacer esto? ¿Va a arriesgar su vida?” Curro responde mientras recarga cuidadosamente su espada de práctica. “No tengo opción, Lópe. Si no enfrento a Lorenzo, Ángela se casará con él en dos semanas. Prefiero morir mil veces intentando salvarla que vivir sin ella.” Lóe observa con preocupación creciente. “Pero Lorenzo es capitán militar. Ha matado hombres en batalla real. Tiene experiencia.” Curro asiente sombríamente. “Lo sé perfectamente, por eso estoy practicando cada segundo que me queda. No puedo fallar.”

Esa noche, Alonso intenta una última vez disuadir a su hijo. “Curro, por favor, recapacita. Tiene que haber otras formas de resolver esto sin derramamiento de sangre.” Pero Curro lo mira con determinación inquebrantable. “Padre, explícame una sola forma, una sola manera de liberar a Ángela del chantaje de Lorenzo sin que Leocadia enfrente consecuencias que Ángela no podría soportar emocionalmente.” Alonso no puede responder, porque en el fondo sabe que no hay respuesta.
Al amanecer del día fatídico, un grupo pequeño y selecto se reúne en un claro secreto del bosque. La niebla matutina envuelve los árboles como un sudario fantasmal. Manuel está allí como padrino de Curro, completamente aterrado de lo que está por suceder. Del lado de Lorenzo está Cristóbal, actuando como su padrino. También está presente el doctor Bueno, obligado médicamente a asistir por si hay heridos. “Esto es demencial,” murmura el doctor mientras prepara su maletín médico. “Si alguien muere, todos seremos cómplices de asesinato. Podríamos ir a prisión.” Manuel responde con voz hueca. “Lo sé perfectamente, pero mi hermano es terco como una mula, no hay forma de disuadirlo.”
Las espadas son verificadas meticulosamente. Son armas de duelo antiguas, perfectamente mantenidas. Reliquias de una época donde el honor se defendía con sangre, cada una cargada con una única bala mortal. “Las reglas son simples y ancestrales,” explica Cristóbal con voz ceremonial. “Espalda con espalda, diez pasos exactos, se voltean al unísono y disparan. Un solo tiro cada uno. Que Dios decida el resultado.”

Curro llega puntualmente, vestido completamente de negro, como si ya llevara luto por sí mismo. Su expresión es serena, pero sus manos tiemblan ligeramente, traicionando su nerviosismo. Lorenzo llega poco después, sonriendo con la confianza absoluta de un hombre que ha matado antes y no teme hacerlo de nuevo. “Última oportunidad de retractarte, bastardo,” dice Lorenzo con desprecio. “Admite que Ángela es mía por derecho. Acepta tu lugar como el don nadie que eres y todos nos vamos a casa vivos.”
Curro lo mira con odio puro ardiendo en sus ojos. “Prefiero morir mil veces que verte poner tus manos asquerosas sobre ella.” Lorenzo sonríe cruelmente. “Como quieras, será tu funeral. Literalmente.”
Se colocan espalda con espalda. El contacto es breve, pero ambos pueden sentir la tensión del otro. Manuel comienza a contar con voz temblorosa. “Uno, dos, tres.” Cada número es como una eternidad. Curro camina mecánicamente, su corazón latiendo tan fuerte que apenas puede escuchar la cuenta. “Cuatro… cinco… seis…” Su mente está con Ángela. “Siete… ocho… nueve… diez.”

Ambos hombres se voltean simultáneamente, levantando sus espadas mortales. El tiempo parece detenerse, los dedos en los gatillos, la muerte a solo un movimiento de distancia.
Y entonces, ¡deténganse! El grito desesperado rompe el silencio mortal del bosque. Todos se voltean atónitos. Ángela corre hacia ellos como una aparición. Su vestido rasgándose en las ramas. Su cabello salvaje alrededor de su rostro pálido. Está acompañada por Pía, quien intentó detenerla, pero falló completamente.
“¡Ángela, no!”, grita Curro bajando su arma inmediatamente. Pero Ángela se interpone directamente entre los dos hombres, arriesgando su propia vida. “¡No pueden hacer esto! ¡No lo permitiré!”

Lorenzo gruñe furioso. “Apártate inmediatamente, Ángela. Esto no te concierne.”
Ángela se ríe histéricamente al borde del colapso emocional. “¿No me concierne? Ustedes están peleando a muerte por mí. Por supuesto que me concierne.” Se vuelve hacia Curro con lágrimas desesperadas. “Curro, por favor, te lo suplico, no puedes morir. No, ahora no cuando…” se detiene abruptamente, respirando pesadamente. El silencio es ensordecedor.
Curro pregunta confundido. “¿No, cuando qué, Ángela? ¿Qué está pasando?”

Ángela mira alrededor del claro. Ve a Manuel, a Lorenzo, a Pía, al doctor, todos mirándola expectantes. Esto no era como quería revelar este secreto trascendental, pero no tiene opción. Si no lo dice ahora mismo, Curro podría morir.
“Estoy embarazada,” declara con voz que atraviesa el silencio del bosque como un trueno.
El shock es absoluto, devastador, total. Curro deja caer su espada, que cae sobre las hojas húmedas con un ruido sordo. “¿Qué? ¿Qué dijiste?”

Ángela repite con lágrimas rodando por sus mejillas. “Estoy embarazada, Curro. De ti. Llevo tu hijo en mi vientre.”
Lorenzo se pone pálido como un cadáver. “¡Eso es imposible! Eres mi prometida. No has estado con…” No puede terminar, al ver la expresión de Ángela. “Es verdad. Completamente, innegablemente verdad.”
Ángela continúa mirando solo a Curro, como si nadie más existiera. “Hace dos meses, cuando pensamos que encontraríamos alguna forma de estar juntos antes de que Lorenzo me chantajeara. Nosotros… nosotros nos amamos completamente.” No necesita terminar. Todos entienden perfectamente.

Lorenzo explota en furia volcánica. “¡Me traicionaste! ¡Estás embarazada de este bastardo mientras eres mi prometida oficial! ¡Esto es inadmisible!”
Ángela se vuelve hacia él con dignidad recién encontrada, irguiéndose con orgullo. “Nunca fui tu prometida por elección, Lorenzo. Me chantajeaste cruelmente. Me obligaste mediante amenazas contra mi madre.” Se para más derecha, protegiendo instintivamente su vientre. “Pero ya no me importa nada de eso. Hazlo. Envía tu evidencia. Expón a mi madre, que enfrente justicia por sus crímenes. Me da igual.”
Lorenzo está completamente atónito. “¿Estás dispuesta a sacrificar a tu propia madre?”

Ángela tiene lágrimas, pero su voz es firme como el acero. “Estoy dispuesta a sacrificar cualquier cosa por proteger a mi hijo. Y mi hijo necesita un padre. Necesita a Curro vivo y a mi lado.” Se vuelve hacia Curro, quien está completamente inmóvil, procesando la noticia trascendental. “Sé que esto es un shock enorme. Sé que no planeamos esto, pero estoy embarazada y voy a tener este bebé con o sin tu apoyo.”
Curro finalmente reacciona. Camina hacia ella como en trance, tomando sus manos con delicadeza infinita. “¿Verdad? ¿Vamos a tener un bebé? ¿Tú y yo?”
Ángela asiente sollozando de alivio. Curro la abraza, levantándola del suelo mientras gira con ella. “¡Vamos a tener un bebé, un hijo nuestro!” Su alegría es tan pura, tan genuina, tan desbordante, que incluso Manuel sonríe a través de sus propias lágrimas de alivio.

Pero Lorenzo no ha terminado. Su rostro está deformado por la rabia. “¡Esto no cambia absolutamente nada! Seguiré exponiendo a Leocadia. ¡La destruiré completamente! Y tú,” señala a Ángela con dedo acusador, “serás una madre soltera, deshonrada, con una madre en prisión esperando la horca.”
Curro se vuelve hacia Lorenzo con expresión peligrosa. “Ella no será madre soltera jamás. Será mi esposa. Nos casaremos inmediatamente. Con o sin tu permiso. Con o sin el permiso de nadie.”
La noticia del embarazo y el duelo cancelado llega a Leocadia esa misma mañana como un rayo. Está en su habitación del palacio cuando Pía entra con rostro grave. “Doña Leocadia, hay algo urgente que debe saber inmediatamente.” Pía le cuenta todo con lujo de detalles. El duelo al amanecer, la intervención desesperada de Ángela, la confesión del embarazo, la amenaza renovada de Lorenzo de exponer todos sus crímenes.

Leocadia se paraliza completamente, como si hubiera sido golpeada. “¿Mi hija está embarazada de ese bastardo?”
Pía asiente solemnemente. “Y Lorenzo va a exponer todos sus crímenes, a menos que…”
Leocadia la interrumpe con voz extrañamente calmada. “A menos que yo me entregue voluntariamente a la justicia.” Es una conclusión que Pía no esperaba en absoluto. Leocadia camina lentamente hacia la ventana, mirando los jardines donde Ángela jugaba de niña. Los recuerdos la inundan como una marea.

“Durante toda mi vida hice cosas terribles,” dice con voz inusualmente suave, casi quebrada. “Maté a Dolores para proteger mi posición en esta casa. Eliminé a Hann porque amenazaba mis planes. Manipulé, mentí, destruí vidas inocentes sin remordimiento.” Se vuelve hacia Pía con lágrimas reales, las primeras lágrimas sinceras que Pía le ha visto derramar. “Pero Ángela, Ángela era lo único puro en mi vida oscura, la única cosa verdaderamente buena que hice, la única persona que amé genuinamente.” Hace una pausa larga, procesando todo. “Y ahora va a ser madre. Mi nieto crecerá sabiendo que su abuela era un monstruo despiadado, a menos que…” toma una decisión que la sorprende incluso a ella misma. “Pía, llama a la Guardia Civil inmediatamente. Voy a confesar todos mis crímenes voluntariamente.”
Pía está absolutamente atónita. “¿Está completamente segura? Podría enfrentar la ejecución pública.”
Leocadia asiente con determinación renovada. “Prefiero morir sabiendo que liberé a mi hija de las cadenas que yo misma forjé, que vivir sabiendo que la mantuve prisionera de mi oscuridad.” Es un momento de redención completamente inesperado de una mujer que parecía incapaz de amor verdadero o sacrificio.

Esa tarde, en el salón principal del palacio, Leocadia convoca a la Guardia Civil y a toda la familia Lujá. Cuando todos están reunidos, hace una declaración que impacta a todos los presentes. “He convocado a todos aquí para confesar crímenes que cometí durante décadas.” El capitán de la Guardia Civil saca su libreta oficial, todavía sin poder creer lo que está escuchando.
Leocadia continúa con voz clara y sin titubeos. “Yo, Leocadia Figueroa, confieso que asesiné a Dolores Expósito en 1898, envenenándola porque descubrió secretos familiares que amenazaban mi posición.” Curro se tensa visiblemente, pero Ángela toma su mano, entrelazando sus dedos.
Leocadia continúa implacable. “También ordené el asesinato de Hann Expósito porque intentaba exponer mi participación en el crimen anterior. Chantajeé a múltiples personas, extorsioné, arruiné vidas durante años sin remordimiento.”

Cuando termina su confesión completa, el capitán está pálido. “Doña Leocadia, entiende completamente que está confesando crímenes que podrían resultar en pena de muerte.”
Leocadia asiente con serenidad. “Entiendo perfectamente las consecuencias.” Mira directamente a Ángela con amor maternal genuino. “Y lo hago voluntariamente para que mi hija pueda vivir libre de todo chantaje, libre de mi sombra oscura, libre para criar a su hijo en paz y amor.”
Ángela está sollozando desconsoladamente. “Mamá, no tienes que hacer esto por mí.”

Pero Leocadia sonríe tristemente. Una sonrisa real, por primera vez en años. “Sí, tengo que hacerlo. Es lo único verdaderamente bueno que he hecho en mi vida miserable.”
El capitán, con pesar en la voz, anuncia: “Doña Leocadia, queda formalmente arrestada por múltiples cargos de asesinato y conspiración.” Mientras la llevan, Leocadia se detiene frente a Ángela. “Cuida a ese bebé con todo tu corazón. Enséñale a ser mejor persona que yo. Enséñale que el amor vale infinitamente más que el poder.”
Ángela la abraza llorando desgarradoramente. “Te amo, mamá.”

Leocadia susurra con voz quebrada. “Y yo a ti, mi niña, siempre te amé. Aunque no supe demostrártelo correctamente.” Es una despedida desgarradora entre madre e hija, un momento de perdón y redención.
Con Leocadia confesada y arrestada voluntariamente, Lorenzo ya no tiene ningún poder de chantaje sobre Ángela. Furioso y completamente derrotado, abandona La Promesa para siempre, jurando venganza que nunca podrá cumplir.
Una semana después, Curro y Ángela se casan en una ceremonia hermosa y emotiva en la capilla del palacio. Ángela luce un vestido blanco precioso y, aunque su vientre ya muestra una pequeña curva de la vida que lleva dentro, nadie se atreve a comentar nada negativo. La felicidad de la pareja es demasiado contagiosa. Cuando el padre Samuel pregunta solemnemente, “¿Aceptas a Curro como tu legítimo esposo?” Ángela responde con alegría pura, “Sí, acepto con todo mi corazón.” Y cuando pregunta a Curro, él responde con lágrimas de felicidad. “Acepto con toda mi alma.” Su beso como esposos es aplaudido por todos los presentes. Incluso Simona llora de emoción. Después de tanto sufrimiento, finalmente tienen su final feliz. El amor verdadero siempre triunfa.

Meses después, nace un bebé hermoso y completamente saludable. Ángela lo sostiene con asombro maternal. “Es absolutamente perfecto,” susurra maravillada. Curro besa su frente con ternura infinita. Como su madre, deciden llamarlo Alonso Dolores, honrando al abuelo que aceptó a Curro como hijo y a la abuela que fue injustamente asesinada por Leocadia. Es un círculo de redención completo.
Un año después de estos eventos trascendentales que cambiaron para siempre la historia de La Promesa, visitan a Leocadia en prisión. Ha sido un año de reflexión, de arrepentimiento, de transformación interior. Está esperando juicio, pero todos saben que probablemente enfrentará cadena perpetua en lugar de la ejecución. Los jueces han considerado su confesión voluntaria y su edad avanzada como atenuantes. La prisión la ha cambiado profundamente. Ya no es la mujer altiva y cruel que conocimos. El remordimiento genuino ha reemplazado la arrogancia.
Cuando ve a su nieto por primera vez a través de los barrotes fríos de hierro, lágrimas sinceras brotan de sus ojos. “Es hermoso. Es absolutamente perfecto. Tiene los ojos de Ángela,” susurra con voz quebrada por la emoción. Ángela sostiene al bebé cerca de los barrotes para que Leocadia pueda verlo mejor. Puede tocarlo con la punta de sus dedos. El pequeño ríe, ajeno al dolor y la historia que lo rodea.

“Se llama Alonso Dolores,” dice Ángela suavemente. Leocadia sonríe con tristeza profunda, pero también con algo de paz. “Un nombre noble y justo para un niño que tendrá una vida mejor, más honesta, más pura que la mía.” Mira a Curro directamente a los ojos, sin rastro de la hostilidad pasada. “Cuídala, cuídalos a ambos. Son lo más precioso del mundo. Dale a mi nieto el amor que yo nunca supe dar correctamente.”
Curro asiente solemnemente. “Lo prometo. Y algún día, cuando su nieto sea mayor, le contaremos sobre usted, no solo sobre sus crímenes, sino también sobre su sacrificio final por amor.”
Leocadia susurra con voz quebrada. “Gracias, eso significa todo para mí.” Es un perdón imperfecto, pero genuino, que permite sanación verdadera.

Y así, la historia que comenzó con un duelo a muerte termina con nueva vida floreciendo, amor triunfante y redención inesperada, incluso para el alma más oscura.
¡Dios mío, ¿pueden creer todo lo que acabamos de presenciar en este capítulo absolutamente épico de La Promesa? Este ha sido, sin lugar a dudas, uno de los episodios más intensos, dramáticos y emocionalmente devastadores de toda la serie. Una montaña rusa emocional de principio a fin que nos ha dejado completamente sin aliento. El duelo entre Curro y Lorenzo nos tuvo literalmente al borde del asiento, con el corazón en la garganta. Esos momentos finales, cuando ambos hombres levantaron sus espadas, cuando el destino pendía de un hilo, cuando parecía que uno de ellos moriría inevitablemente, fueron absolutamente aterradores. La tensión era tan palpable que podíamos sentirla a través de la pantalla. El odio en los ojos de Lorenzo, la determinación desesperada en los de Curro, todo apuntaba a una tragedia inevitable.
Y entonces, como un milagro, como una intervención divina, llegó Ángela corriendo como un ángel salvador, arriesgando su propia vida para detener la locura. Su valentía al interponerse entre dos hombres armados fue extraordinaria, pero fue su confesión del embarazo lo que cambió absolutamente todo. El giro más dramático e inesperado posible. Un bebé inocente que detuvo las balas antes de que fueran disparadas. Un bebé que rompió el poder del chantaje. Un bebé que transformó el destino de todos los involucrados.

La transformación de Leocadia fue quizás lo más impactante de todo. ¿Quién hubiera imaginado que esta mujer, capaz de los crímenes más terribles y despiadados, encontraría finalmente redención a través del amor maternal? Su decisión de confesarse voluntariamente, de sacrificar su libertad y posiblemente su vida por la felicidad de su hija fue completamente inesperada, pero profundamente conmovedora. Nos demostró que incluso las almas más oscuras pueden albergar una chispa de bondad.
Este capítulo nos ha demostrado verdades universales sobre la condición humana. Que el amor verdadero puede prevalecer sobre el odio más profundo. Que un bebé inocente puede cambiar el curso de la venganza más cruel. Que el sacrificio maternal puede redimir incluso el alma más perdida y corrupta. Que a veces, los villanos más terribles son capaces de actos de amor genuino.
La boda de Curro y Ángela fue el momento de alegría pura que todos necesitábamos después de tanta tensión y sufrimiento. Verlos finalmente unidos en matrimonio, libres de todas las amenazas, esperando su bebé con ilusión y esperanza. Fue absolutamente hermoso ese beso en el altar, esas lágrimas de felicidad, ese abrazo que simbolizaba el triunfo del amor sobre todas las adversidades. Y ese bebé, el pequeño Alonso Dolores, representa todo lo bueno que puede surgir del dolor. Un nombre que honra tanto al abuelo que aceptó a Curro como a la abuela que fue injustamente asesinada. Es un círculo de redención completo, una nueva generación que crecerá libre de los odios y venganzas del pasado.

¿Qué opinan ustedes, queridos espectadores, de este capítulo absolutamente épico? ¿Esperaban que Leocadia se sacrificara por su hija? ¿Creyeron que el duelo llegaría a consumarse? ¿Qué sienten sobre el embarazo de Ángela, siendo el catalizador que cambió absolutamente todo? Este capítulo quedará grabado para siempre en nuestros corazones. Compartan todas sus emociones en los comentarios. No olviden darle like si este resumen los emocionó. Suscríbanse para no perderse ningún capítulo, porque aunque este tuvo un final feliz, en La Promesa siempre hay nuevas tormentas en el horizonte.
Hasta la próxima, queridos espectadores. Que el poder del amor verdadero los acompañe siempre.
M.