LA PROMESA – HACE 1 HORA: Alonso DESPIERTA, DEFIENDE a Curro y ENFRENTA al Duque por la VERDAD
¡Amigos, amantes de los dramas palaciegos y las pasiones desatadas! Lo que acabamos de presenciar hace apenas sesenta minutos en el majestuoso, pero a menudo sombrío, Palacio de La Promesa es un acontecimiento cataclísmico que ha hecho vibrar los cimientos de esta noble institución. Muchos de nosotros, los devotos seguidores de esta saga, llevábamos meses, ¡incluso años!, conteniendo la respiración, esperando el momento en que don Alonso de Luján, nuestro respetado y hasta ahora sumiso marqués, se liberara de las cadenas invisibles que lo ataban y recuperara la voz para defender lo que más le importaba: su propia sangre. Hoy, finalmente, ese instante largamente anhelado ha llegado. Hoy, hemos sido testigos de cómo Alonso de Luján ha dejado de ser un mero peón en el tablero de ajedrez de la nobleza para erigirse en el padre que Curro, su hijo, siempre mereció y secretamente anheló.
Prepárense, porque lo que voy a relatarles no es un simple giro argumental; es una explosión de verdad y valentía que reconfigurará para siempre las intrincadas relaciones dentro de este palacio, sellará el destino de padre e hijo, y desenterrará verdades que la casa real y la propia familia Luján habían trabajado incansablemente por mantener sepultas bajo capas de protocolo y conveniencia.
El catalizador de esta monumental confrontación fue, como no podía ser de otra manera, una nueva afrenta contra el joven Curro. En las últimas horas, la tensión en La Promesa había alcanzado niveles insoportables. El Duque de Tajadares, una figura siempre turbulenta y con un aura de malicia implícita, había orquestado una nueva maniobra para desacreditar y marginar aún más a Curro, aprovechando la fragilidad de su posición y la histórica debilidad de Alonso para resistir las presiones externas. Se rumorea que la última humillación planeada implicaba una exposición pública de la ilegitimidad de Curro, o quizás un complot para enviarlo lejos, desterrándolo de La Promesa y de cualquier esperanza de reconocimiento.

Pero esta vez, algo ha cambiado en don Alonso. Los largos meses de dolor silencioso, de contemplar cómo su hijo sufría las consecuencias de decisiones que él no tuvo el coraje de desafiar, parecen haber llegado a su límite. Hemos visto cómo las súplicas de Jimena, las manipulaciones del Duque, y las constantes amenazas veladas a la reputación de la familia, lo habían erosionado hasta casi pulverizarlo. Sin embargo, en el alma de un padre, incluso en la de un marqués oprimido, reside una fuerza ancestral, una determinación inquebrantable que, al ser despertada, puede desatar un torbellino devastador.
El punto de inflexión llegó en una de las estancias más solemnes del palacio, en presencia de testigos clave: el propio Duque, doña Teresa, y algunas damas y caballeros de la corte que, como nosotros, observaban con el corazón en vilo. El Duque, con su habitual soberbia, creía tener la sartén por el mango. Estaba a punto de pronunciar las palabras que sellarían el infortunio de Curro, quizás para siempre. Fue en ese preciso instante, cuando el aire se cargaba de una expectación agónica, que la figura de Alonso se irguió. No fue un movimiento brusco, sino uno cargado de una autoridad que hacía tiempo no se le veía. Sus ojos, antes a menudo nublados por la resignación, brillaban con una luz nueva, una furia controlada y una convicción profunda.
“¡Basta!”, resonó la voz de Alonso, clara y potente, cortando el tenso silencio como un filo afilado. Fue un grito de guerra, un rugido de león acorralado que, al fin, encontraba su valentía. El Duque, sorprendido por esta repentina resistencia, intentó replicar con su sarcasmo habitual, pero Alonso no le dio tregua.

Con una elocuencia que conmovió a todos los presentes, Alonso comenzó a desenmascarar las artimañas del Duque. No se limitó a desmentir sus acusaciones, sino que se adentró en el terreno de las verdades ocultas. Habló de las presiones indebidas, de las manipulaciones orquestadas para mantener a Curro alejado de su linaje y de sus derechos. Mencionó la hipocresía de quienes, bajo el disfraz de la moralidad, perpetraban las mayores injusticias. Y lo más impactante de todo: defendió la inocencia de Curro, no solo como su hijo, sino como un joven que ha sido víctima de circunstancias que escapan a su control.
La defensa de Curro fue apasionada, visceral. Alonso no se refirió a él con la cautela de quien teme represalias, sino con el orgullo de un padre que reconoce el valor y la dignidad de su descendencia. Describió a Curro como un joven leal, valiente y con un corazón noble, características que, según las palabras de Alonso, contrastaban diametralmente con la mezquindad de quienes intentaban destruirlo. Hubo un momento en que Alonso, conmovido hasta las lágrimas, miró directamente a Curro, presente en la escena, y en esa mirada se reflejó todo el amor y el arrepentimiento que había guardado durante tanto tiempo. Curro, por su parte, experimentó una mezcla de asombro, alivio y una esperanza incipiente, una luz que se encendía en la penumbra de su vida.
Pero la confrontación no se detuvo ahí. Alonso, liberado de sus miedos, decidió ir un paso más allá. Se dirigió directamente al Duque, no como un igual, sino como un superior moral que, por fin, reclamaba su posición. El Duque, acostumbrado a doblegar voluntades con su poder y su influencia, se encontró de frente con una muralla infranqueable. Alonso lo acusó abiertamente de conspirar contra la familia Luján, de aprovecharse de la debilidad de otros para su propio beneficio. No temió nombrar las verdades que él mismo había silenciado en el pasado: la verdadera naturaleza de la relación del Duque con ciertos personajes turbios, y su interés personal y egoísta en el futuro de La Promesa.

La intensidad del momento era tal que se podía sentir la tensión eléctrica en el aire. El Duque, visiblemente alterado, intentó mantener la compostura, pero las palabras de Alonso lo estaban desnudando ante los ojos de todos. Se habló de chantajes, de intrigas políticas, y de la mano negra que había estado moviendo los hilos tras bambalinas. Alonso no solo defendió a Curro, sino que también se defendió a sí mismo, y a la reputación de su familia, manchada por las acciones y las omisiones de otros.
Este despertar de don Alonso no es solo un acto de valentía personal; es un sismo que sacudirá los cimientos de La Promesa. La dinámica entre padre e hijo, que hasta ahora ha sido un doloroso reflejo de la opresión, está destinada a transformarse en un vínculo de respeto, apoyo mutuo y, quizás, redención. La posición del Duque de Tajadares queda seriamente comprometida, su fachada de nobleza y rectitud ha sido seriamente agrietada, y la verdad, esa verdad esquiva y temida, ha comenzado su imparable ascensión.
¿Qué significará este momento para el futuro de La Promesa? ¿Podrá don Alonso mantener esta nueva fortaleza? ¿Responderá el Duque con represalias aún más feroces? ¿Cómo afectará esta revelación al resto de los habitantes del palacio, especialmente a Jimena, cuya propia ambición se ha visto directamente desafiada? Lo que es innegable es que las próximas horas y días en La Promesa estarán cargados de una expectación aún mayor, de nuevas alianzas y de enfrentamientos que definirán el destino de esta ilustre, pero atormentada, familia. ¡Manténganse conectados, porque la historia acaba de dar un giro que no podemos dejar de seguir!