ERRORES DE ÉPOCA EN LA PROMESA || CRÓNICAS de LaPromesa series

El Palacio de La Promesa, ese enclave de secretos, pasiones desbordadas y un destino que parece forjado en el acero de las convenciones sociales, nos ha cautivado desde su primera emisión. Nos hemos entregado a sus intrigas, hemos sentido el peso de sus tragedias y hemos compartido la alegría efímera de sus escasos triunfos. Jana, Manuel, Curro, las damas de Palacio, todos ellos han tejido en nuestras mentes un tapiz de emociones tan vívido que a menudo nos olvidamos de una pregunta que, latente, resuena en el subconsciente de todo espectador atento: ¿Realmente la vida en 1913 transcurría así?

Hoy, estimados amantes del drama histórico y devotos de “La Promesa”, nos adentramos en un laberinto fascinante y, a veces, desconcertante: el de los anacronismos, las licencias creativas y los fallos históricos que, como pequeñas grietas en la imponente fachada del Palacio, revelan una realidad pasada que, vista con la lente del presente, se torna casi fantasiosa. Prepárense, porque algunas de estas revelaciones les harán arquear una ceja con sorpresa, mientras que otras les provocarán una carcajada cómplice al exclamar, en un eco mental a ese entrañable personaje de Gustav: “¡Pero si esto es más moderno que mi móvil de última generación!”

Este no es un simple repaso de la trama; es una inmersión profunda, un viaje al corazón de la manufactura de sueños televisivos. Soy su Gustav, su guía en este universo de “La Promesa”, y hoy mi misión es abrir ventanas, descorrer cortinas y ventilar verdades, porque como bien saben, la historia, incluso la ficcionalizada, merece ser desgranada, analizada y comprendida en su justa medida. Hoy, más que nunca, sacaremos a la luz los hilos que, a veces, se vislumbran tras el majestuoso telón de época.


El Rompecabezas de 1913: Una Era de Contrastes y Costumbres Inflexibles

El año 1913 se nos presenta en “La Promesa” como un crisol de transformaciones incipientes, una sociedad en la cúspide de cambios sociales y tecnológicos que, sin embargo, se aferra con uñas y dientes a las tradiciones más arraigadas. Es la Belle Époque española, un tiempo de opulencia para la aristocracia y de una vida ardua para la servidumbre. En este contexto, la serie se esfuerza por recrear la atmósfera, pero es precisamente en la sutileza de los detalles donde a veces la ilusión se tambalea.

Consideremos, por ejemplo, la comunicación. En 1913, la telefonía no era tan ubicua como la vemos en el palacio. Si bien las grandes mansiones y los negocios importantes comenzaban a tener acceso a ella, su presencia en todos los rincones, y la facilidad con la que se utiliza para comunicaciones personales y, en ocasiones, de relativa trivialidad, sugiere una penetración mucho mayor de la que históricamente se documenta para esa fecha. Las llamadas telefónicas, tal como las experimentamos en la serie, a menudo parecen evocar una era posterior, donde la instantaneidad comunicacional era una norma, no una excepción.


Asimismo, la medicina. Aunque el avance científico era notable, la mentalidad y las prácticas médicas distaban mucho de la efectividad y la rapidez con la que, en ocasiones, se abordan ciertas dolencias o se implementan tratamientos en “La Promesa”. Los diagnósticos precisos, la farmacopea disponible y, sobre todo, la agilidad con la que se reaccionaba a emergencias médicas, a veces rozan la anticipación de conocimientos que tardarían años, e incluso décadas, en consolidarse.

El Corazón del Conflicto: Las Relaciones y la Moralidad en un Mundo Estricto

Pero los anacronismos no se limitan a la tecnología o la medicina. Las dinámicas de poder, las relaciones interpersonales y la moralidad impuesta por la sociedad de la época son, quizás, el terreno más fértil para estas licencias. La servidumbre, en 1913, estaba sometida a una disciplina férrea, a un código de conducta que regulaba cada aspecto de su vida. La familiaridad, la empatía e incluso las relaciones de confianza que se establecen entre algunos miembros de la servidumbre y la familia propietaria, si bien humanamente deseables y narrativamente efectivas, a menudo desafían la rigidez de la estructura social de la época.


Las libertades que algunos personajes de la servidumbre parecen ostentar, las conversaciones que mantienen, o la audacia con la que expresan sus deseos y frustraciones, podrían haber tenido consecuencias mucho más severas en la realidad. El sistema de castas, aunque sutilmente, era una fuerza poderosa, y la insubordinación, por mínima que fuera, podía acarrear despidos fulminantes, descrédito social e incluso la miseria.

En cuanto a las relaciones amorosas, la serie nos presenta pasiones arrebatadoras, amores prohibidos y desamores que calan hondo. Sin embargo, el concepto de “amor libre” o la posibilidad de contraer matrimonio por amor, sin la intervención de intereses familiares o económicos, era una utopía para la gran mayoría. Las uniones eran, ante todo, estratégicas, pactos entre familias que buscaban consolidar poder, riqueza o estatus. Las mujeres, en particular, tenían un margen de maniobra extremadamente limitado en este aspecto, y cualquier desviación del camino marcado por la sociedad podía ser devastadora para su reputación y su futuro.

Más Allá de los Errores: El Arte de la Ficción Histórica


Es crucial recordar que “La Promesa” es una obra de ficción. Su propósito principal no es ser un documental exhaustivo de la vida en 1913, sino tejer una narrativa cautivadora que nos conmueva y nos atrape. Los creadores, en su afán por construir personajes complejos y tramas trepidantes, se toman ciertas libertades. Estas “licencias poéticas” son, en muchos casos, necesarias para la evolución de la historia y para la identificación del público con los personajes.

Un anacronismo puntual, o una adaptación de las costumbres para hacerlas más comprensibles al espectador moderno, no desmerece el esfuerzo monumental de recrear una época con tanto detalle y fidelidad. La ambientación, la vestimenta, el lenguaje, todo ello contribuye a sumergirnos en ese mundo, y es en esa inmersión donde reside gran parte de su éxito.

Sin embargo, como espectadores informados y apasionados, tenemos la capacidad y el derecho de observar estas divergencias. Son precisamente estas pequeñas “trampas” las que enriquecen nuestra experiencia, invitándonos a reflexionar sobre la distancia entre el pasado y el presente, sobre los avances que hemos logrado y sobre las batallas que aún debemos librar.


En definitiva, “La Promesa” es un espejo, a veces deformado pero siempre fascinante, de una época pasada. Nos enamora, nos hace sufrir, nos hace soñar. Y mientras esperamos el próximo giro argumental, la próxima confesión susurrada en la oscuridad del pasillo, o el próximo desafío que enfrentarán nuestros personajes, recordemos que, tras la magia de la pantalla, reside también el arte de contar historias, un arte que, a veces, se permite el lujo de jugar con los relojes de la historia para tejer un relato inolvidable.

Así que, la próxima vez que Jana mire al horizonte con esa melancolía que tanto la caracteriza, o que el Marqués desate su ira con una autoridad que parece sacada de otra era, recuerden que estamos presenciando una obra maestra de la ficción histórica, un drama que, a pesar de sus pequeños deslices temporales, ha logrado conquistar nuestros corazones y mantenernos pegados a la pantalla, ansiosos por descubrir qué nos depara el futuro, en ese eterno presente de “La Promesa”.